La Autoridad Palestina ha dicho sentirse aliviada con la derrota de Trump, por mucho que Netanyahu, el flagelo de su pueblo, se haya apresurado a reconocer y felicitar a Biden. También Boris Johnson, otro íntimo hasta ayer del Jesús Gil neoyorquino, ha corrido a prosternarse a los pies del nuevo primo de Zumosol. A rey muerto, rey puesto. No obstante, ese alivio palestino es compartido, si no por todo el mundo, sí por la gran parte de él que aborrece el mal en cualquiera de sus formas.
La forma del mal de Donald Trump es (porque sigue siendo) una forma fea, bestial, horrenda. Hay formas del mal bellas, engañosamente bellas, pero la del venático y pueril ricachón es espantosa. Cuanto de insano y perjudicial ha salido de su presidencia ha multiplicado sus terribles efectos merced a la incalculable fealdad de su apariencia. No parece verlo del todo así, en cambio, López Obrador, el presidente del país más ultrajado y humillado por el sicofante, México, que le ha comprado la patochada semi-golpista de acudir a los tribunales por "fraude" electoral y ni ha reconocido ni felicitado aún al legítimo ganador de las elecciones. Indigenista de pacotilla, ese criollo negacionista de primera hora, como Trump, de la pandemia, debe andar esperando, por puritito miedo acaso, el acta de defunción política definitiva, incontrovertible, del que quería emparedar México y, encima, hacerle pagar la factura de la obra descomunal.
Alivio hay, mucho alivio, pero el mal, todo el mal que Donald Trump era capaz de hacer, ya está hecho. O casi todo. Nada es igual a cómo era cuando llegó: ni las relaciones internacionales, ni la diplomacia, ni los tratados, ni el derecho de gentes, ni el comercio, ni la convivencia entre los norteamericanos, ni la mentira, ni la verdad, ni la sanidad pública que comenzó a construir su antecesor, ni nada. Por eso, el pobre Biden, bien que con el concurso de la potente Harris, debe, antes de aventurarse en la acción futura, reconstruir cuanto Trump ha destruido en los últimos cuatro años. Hay tanto alivio como sufrimiento ha causado.
Queda el mal hecho y queda el trumpismo esparcido por el mundo, incluido nuestro país, donde Vox ha roto la unanimidad del homenaje del Congreso a don Manuel Azaña, el único verdadero hombre de Estado, de Estado justo, humano y decente, que España ha tenido. Trump se va (¿se va?) con la faena del mal hecha.
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