El senador Javier Maroto tuvo que afrontar una difícil papeleta en su cara a cara con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Le acusó de blanquear a EH Bildu por haber llegado a acuerdos con esta formación para lograr sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado. El acuerdo nadie ha conseguido documentarlo. Pero aunque existiese, cabría preguntarse qué autoridad moral tiene el senador Maroto para lanzarle ese reproche a Sánchez.
Cuando él era alcalde de Vitoria alcanzó acuerdos con esta misma formación. Creía entonces que había “mucha gente en Bildu que ha pretendido la paz desde el principio”. Y por esa razón, no sólo creía que era “bueno” alcanzar este tipo de acuerdos, sino que expresaba su deseo de que esa práctica se extendiese: “ojalá sucediese en más foros, ojalá cundiese el ejemplo”.
Pues nada, si te he visto no me acuerdo. Sigue Maroto el argumentario de su partido según el cual EH Bildu es ETA y cualquier acercamiento a esta formación mancha de sangre a quien se aproxima. Olvida también el PP su pasado, cuando Aznar autorizaba contactos con ETA y cuando su ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, aproximaba a cientos de presos etarras a las cárceles vascas para engrasar esas conversaciones en un momento en el que la banda terrorista no era una nebulosa sombra del pasado, sino que mataba, secuestraba, extorsionaba y ponía las pistolas sobre la mesa de diálogo.
Estas voces, previsibles por repetidas, han tenido su eco en otros partidos de la oposición y en la propia familia socialista, en la que algunos barones y miembros de la vieja guardia también han levantado la suya contra Sánchez. Seguramente cuando ellos eran jóvenes, miembros de la vieja guardia socialista considerasen entonces anatema que aquella generación pactase la transición a la democracia con quienes participaron en los gobiernos de la dictadura y murieron sin condenarla.
Manuel Fraga, sin ir más lejos. Y dando por descontado que toda reticencia es legítima y alguna desconfianza razonable, conviene tener memoria cuando se apela a la moral para sustentarlas. Para no caer en una ética de cartón, a tiempo parcial y variable, aquella que bendice o condena los actos y que decreta su legitimidad o ilegitimidad según convenga.
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