Margarita del Val, la ilustre viróloga, no es precisamente una antivacunas. Sin embargo, tampoco se ha dejado arrastrar por la euforia que han suscitado los anuncios de la inminente comercialización de dos de las vacunas contra el Covid-19 que se andaban ensayando, la de Pfizer y la de Moderna. Como viróloga, inmunóloga e investigadora de prestigio que no se casa con nadie, Margarita ha expresado su escepticismo, basado en criterios científicos, sobre el particular, pero los que tenemos la desgracia de no saber ni papa de vacunas y de virus podemos también abonarnos a ese escepticismo con sólo darle un poco al caletre, bien que sustituyendo el criterio científico por el mondo y lirondo sentido común.
Lo único que se sabe de cierto, a día de hoy, de esas vacunas cuyos ejecutivos aseguran que poseen una fiabilidad del 92 y del 95 por ciento respectivamente, es que los laboratorios que las fabrican se han hecho de oro en Bolsa con el sólo anuncio de su pronta aparición. Como si no importaran gran cosa los numerosos exámenes, validaciones y filtros que han de pasar las vacunas por las diferentes instituciones de control de los medicamentos para concederles el visto bueno, con ese sólo anuncio de parte, de la parte interesada, ha bastado para que casi todo el mundo, particulares y gobierno, haya echado las campanas al vuelo.
Lo importante de las campanas es que suenen, que suenen bien, no que vuelen, y, de momento, lo único que suena es el tilín-tilín del dinero y el fragor de una hábil y ominosa operación especulativa. Desde luego que la primera compañía que saque la vacuna cien por cien eficaz y segura, y económica, y con capacidad de ser producida rápida y masivamente, se forrará como ninguna otra ni nadie se haya forrado nunca, pero para que ocurra eso se necesita algo más que ésta competición desatentada e impaciente para ver quién da más. O, más exactamente, para ver quién recibe más.
Margarita del Val explica muy bien sus reticencias a estas vacunas aún no evaluadas como dios manda y su resistencia a considerarlas el Bálsamo de Fierabrás contra la pandemia, y lo hace con irreprochable criterio científico. Quienes, la inmensa mayoría, carecemos de él, podemos confiar en que el humilde sentido común nos proteja de los espejismos que en el actual desierto forman las muchas ganas y la necesidad de salir de esta pesadilla.
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