Mucho fue el regocijo con las burlas que los Duques habían inventado para reírse de las ocurrencias y majaderías de sus dos huéspedes: unas se dirigirían al más valiente, noble y famoso caballero andante jamás conocido; las otras, a su escudero, quien no sería nombrado, dada su clarividencia, honradez e ingenio, un mero gobernador de ínsula, sino todo un virrey en las Indias. Aquellos nobles, que no eran sino criados de los Duques que se habían disfrazado, aprendieron muy bIen la trama preparada, principalmente, por la Duquesa. Con estas chanzas estuvieron antes y durante todo el tiempo de la comida, dadas las risas con que eran acogidas las respuestas que caballero y escudero daban a las preguntas de tales «nobles». Satisfechos los Duques con sus jocosidades, luego de la comida, fuéronse a reposar la siesta. Igualmente hizo don Quijote.
Sería media tarde cuando fray Antonio, que no había estado en la comida por haber acompañado a fray Francisco, el otro fraile agustino, a hacer confesión a un vecino moribundo, vio a don Quijote, quien ya se había levantado de la siesta, y a su escudero e invitolos a que se sentaran para continuar la plática interrumpida sobre cómo hacer un buen discurso. Y así hicieron. Y fue don Quijote quien se adelantó al fraile y dijo así:
—Reverendísimo fray Antonio, permítame que le diga que entendí con claridad que un buen inicio, por una parte, nos ha de ayudar a ganar el interés del público y a crear una buena imagen del hablante. Pero poco alcancé a comprender la otra parte, segunda del inicio, en la que el orador ha de adelantar los temas que va a tratar en el apartado siguiente, que vuestra merced, tituló desarrollo, con mucho el más largo de los tres.
—Señor Caballero de la Triste Figura o Caballero de los Leones –volvió a emplear la gravedad en su voz fray Antonio– usted entenderá que un discurso no se puede asemejar a un alma que pena de un sitio para otro sin saber a dónde va y a dónde llegará y cuánto tardará. Un buen orador habrá de preparar al público sobre lo que le va a hablar, o sea, sobre lo que dicho público puede aprender si atiende con atención. Por tanto, ha de fijar en su inicio los temas que va a tratar durante el desarrollo; será como fijar los cimientos en que asentar el edificio y los pisos que este tendrá. Eso permitirá a quien escucha el largo desarrollo saber por dónde camina lo que dice el orador, el tiempo aproximado que queda para su final. Y esas partes han de ser dadas a conocer en el inicio, las que luego se ampliarán durante el desarrollo. Y siempre hablando despacio, con buena vocalización para que quienes te oigan puedan asimilarlo bien.
—¡Ya sí que lo comprendí! –respondió don Quijote, orgulloso-. Quiere decir que un buen desarrollo tiene que estar formado por una serie de temas, anunciados ya en el inicio y que se irán presentando de manera ordenada, según el orden que ya se dijo. De esta manera, quienes escuchan sabrán por dónde va el discurso. Todo lo contrario, aunque tan desventurada costumbre esté muy extendida entre nuestros gobernantes de ahora, es ir sacando temas, sin orden ni concierto, uno tras otro, sin saber cuál será el siguiente ni por qué ha de aparecer aquí, como si de cajas, una encima de otra, se tratara. Esto sería un mal desarrollo.
—Así es y eso fue lo que quise decir- Y quisiera terminar esta parte inicial con una última recomendación a Sancho, pues tiene mucho que ver con la persona que ha de emitir el discurso y lo que puede valer para uno no puede valer para otro. Habrá gobernantes que por su talante y cultura puedan empezar aderezando lo dicho al comienzo con una cita literaria que venga como anillo al dedo, y nunca que parezca traída por los pelos. Bien cierto es que tan lejos del cielo como está la tierra queda Sancho de esa posibilidad. Tampoco imagino a nuestro Sancho, con esa dureza de cascos que aparenta, gastando de fina ironía. Sin embargo, tal ironía en otros gobernadores, si hacen buen uso de ella, puede resultar una manera cierta de amenidad. Y esto, porque, rompe algo la distancia entre el gobernante y su público. En ningún caso, habrá de valerse de chistes o bromas, pues si no son muy acertados harán que el inicio no pueda ser peor. Y máximo si tales absurdeces son emitidas por un hombre sin gracejo y algo corto de luces, si bien no quiero decir que tú Sancho lo seas.
Con esto dio fin al inicio el fraile, pero sin olvidar que tras el inicio ha de venir el desarrollo –la parte amplia de un discurso–. Y precisamente por ser tan larga, pues debe abarcar entre las siete u ocho partes suponiendo que el discurso tuviera una extensión de diez, exige una composición que no solamente diga bien, sino que diga de modo ordenado, claro y cercano. Así será la única manera de impedir que quienes asistan se dispersen y pongan su mente a pensar en cosas ajenas. Entre otros remedios, esto, amigo Sancho, ha de obligarte a que durante esta parte del discurso propicies asideros a tus insulanos para que puedan agarrarse y no descaminarse de lo que estés diciendo en tu discurso.
De ello se hablará en el capítulo siguiente, pues la plática en que fue tratado tuvo lugar algún día más tarde.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/205350/donde-se-da-fin-al-inicio-y-su-relacion-con-el-desarrollo