Ya se sabe que la mejor manera de no llegar a ninguna parte es la de crear un comité para que estudie un asunto. Otra frase definitoria de la inutilidad de ese organismo es que un camello es un perro dibujado por un comité.
Pero ninguna de tales afirmaciones es del todo exacta. Normalmente se crea un comité para que dé la razón a quien lo ha creado, no valiendo de nada ni datos objetivos ni otras zarandajas.
Otra gran invención para cargar de razones a los que los han designado son los expertos, conocedores de una materia siempre según quien los traiga a colación, aunque muchas veces su especialidad sea precisamente la de vivir de esa atribuida experticia. Si no, cuántas veces hemos visto en novelas o series legales norteamericanas a presuntos expertos que sólo se dedican a dar la razón a quienes los contratan en los juzgados.
El sumun ya es el comité de expertos. ¿Quién osaría rebatir a un grupo tan documentado? Su sola mención apabulla a cualquier crítico, aunque el susodicho comité no llegue a existir, según se reveló en la actual pandemia al hablar de normas sanitarias.
Si el recurso a estas prácticas tan apabullantes siempre ha sido objeto de quien tiene el poder de hacerlo, nunca se han prodigado tanto como ahora.
Ahora, cada dos por tres, se crean comités parlamentarios cuyo objetivo es culpar de lo que sea a la oposición y de eximir de cualquier responsabilidad a los partidos y las personas del Gobierno sin necesidad que se pronuncien los tribunales. Por eso, el día en que desapareciesen los presuntos expertos se haría un gran favor, no sólo a la justicia, sino también a la verdad y a la lógica, con lo que todos saldríamos ganando.
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