Franquismo por whatsapp

Rafael Torres
00:15 • 08 dic. 2020 / actualizado a las 07:01 • 08 dic. 2020

Que los epígonos de quienes destruyeron la democracia y dinamitaron la unidad de España, abismando a los españoles en trincheras infinitas, se muestren hoy preocupadísimos por el supuesto peligro que corren la democracia y la unidad de España por los puntuales acuerdos legislativos y presupuestarios de la coalición que compone el gobierno legítimo de la nación con otros partidos igualmente legítimos y representativos de amplios sectores de la población, podría interpretarse como un tardío ejercicio más del vandalismo político que sobrevivió a su principal muñidor, Franco, pero, si cupiera alguna duda, ahí tenemos la receta que propone uno de los cabecillas de las recientes asonadas epistolares de altos mandos jubilados de Tierra y Aire para disiparla: fusilar a 26 millones de hijos de puta. Muerto el perro, se acabó la rabia.


La democracia de esta gente tan feroz como cobarde, pues el del chat de los fusilamientos en masa ha escurrido el bulto diciendo que no recuerda haber escrito tal cosa o que le mangaron el teléfono, debe ser la democracia orgánica, y la unidad, la de los cementerios silentes. Cada cual, es cierto, puede pensar lo que quiera o pensar poco como los firmantes de esas epístolas a Felipe VI, e incluso, merced a las nuevas tecnologías, comunicárselo a sus pares sin necesidad de ir a la taberna, pero como el chateo valetudinario ha trascendido, no puede obviarse la escalofriante circunstancia de que esa peña ejerció durante décadas, y mucho después de muerto su ídolo en el 75, un enorme ascendente sobre generaciones de chavales españoles obligados a hacer de militronchos a sus órdenes y a vagabundear durante un año o dos por los cuarteles.


Todo este franquismo chateante y postal de jubilados de la milicia, que articula su carrasposo canto del cisne en torno al argumentario de Vox, su brazo político como si dijéramos, no se sabe si da más pena que miedo o más miedo que pena. Ahora bien; la tercera pata de su discurso, la de su más enérgica repulsa al “pensamiento único” que dicen que el Gobierno quiere imponer, es ya, si se me permite la expresión, para mear y no echar gota. Seguramente, lo que les encocora no es lo de “único”, sino lo de “pensamiento”. En el género de lo único, lo único que parece agradarles es el partido, el partido único.







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