A veces, la Historia, a través de sus recovecos y senderos insospechados, confluye en unos finales que no sabemos si son justicieros, paradójicos o invitadores a la reflexión.
Que el Pazo de Meirás pasara a la propiedad de Francisco Franco, no fue debido ni a una donación voluntaria de la familia Pardo Bazán, ni a una expropiación por voluntad del dictador, sino que fue un regalo, tras una suscripción popular. Cualquier liberal sospecha de la generosidad hacia el dictador de quienes viven bajo su autoridad, pero no fue el resultado de un tiránico: “Esto para mí”. Lo que sí le regalaron a Franco, por voluntad de Blanca Quiroga, hija de Emilia Pardo Bazán, fue la biblioteca de su madre.
Emilia Pardo Bazán fue una mezcla de feminista anticipada, noble y carlista. No pudo entrar en la Universidad, porque las mujeres lo tenían prohibido, pero recibió una formación universitaria que le permitió dominar tres idiomas, y entenderse con Víctor Hugo. Fue carlista, sí, y hasta procuró llevar armas a la causa carlista, como carlista fue su primogénito, Jaime.
Esta fue la causa principal de que, en agosto de 1936, trasladaran al hijo de Emilia Pardo Bazán y a su nieto, de 17 años, a la checa instalada en Bellas Artes. Corrían malos tiempos, pero aunque intentáramos entender que un carlista no resultara muy simpático a los milicianos, cuesta bastante exculpar que aquellos milicianos social-comunistas torturaran a un menor de edad y, luego, los llevaran a fusilar -padre e hijo- debidamente magullados y doloridos.
Que un gobierno social-comunista recupere el Pazo de Meirás para al patrimonio Nacional, parece llevar implícita la petición de perdón a la familia de Emilia Pardo Bazán, propietaria del pazo, por haber fusilado a su hijo y a su nieto, cosa que los guías, fieles a la Ley de Memoria Histórica, se encargarán de recordar a los futuros visitantes. A no ser que la censura de nuestro gobierno social-comunista exhiba sus anhelos dictatoriales.
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