Fernando Jáuregui
23:21 • 19 dic. 2011
Al final, va a resultar que Mariano Rajoy va a tener suerte; nadie se le opone frontalmente, porque todos, oposición, sindicatos, patronal, ciudadanos en general, hemos visto las orejas del lobo. Todos creemos que sus cifras son verdad, que, cuando dice que nada volverá a ser como antes, habla en serio -porque todos lo sospechábamos de antemano--. Y que las medidas que propone son realistas, nos gusten o no. Pero, claro, nos falta por saber muchas cosas: de aquí a marzo, ha prometido una producción legislativa muy importante, que supondrá una revolución en materia laboral, de techo de gasto autonómico, local y central y hasta educativa. Rajoy propone tres meses de intenso trabajo en materia de fabricación de leyes. Pero, más importante aún, propone una apertura a acuerdos de gran calado con la oposición y, seguramente, con la sociedad española. Una propuesta que, por cierto, encontró buena acogida en el portavoz socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba. Lástima que todo esto llegue tres años tarde, al menos... De momento, no estoy dispuesto a mostrar entusiasmo alguno -ah, pero ¿cabe el entusiasmo, con la que está cayendo?- ante la llegada de Rajoy. Me resisto a ser un entusiasta de propuesta política alguna hasta comprobar exactamente de qué estamos hablando. Este lunes, Rajoy delineó las generales de la ley, pero hace falta conocer la letra pequeña. A mí, sinceramente, ajustar el déficit, enfriar la economía, contener el consumo, suprimir funcionarios y gasto público, me suena a aumentar el desempleo, al menos a corto plazo. Y de eso hablamos, y habla Rajoy: de propuestas de pasos inmediatos para salir del atolladero; de -supongo-- contratos ‘mini jobs’, polémicos pero quizá necesarios. De quién sabe qué recortes inevitables al estado de bienestar, para así poder mantenerlo.
Caminar, a estas alturas, con etiquetas ‘liberales’ o ‘socialdemócratas’ carece de sentido. Con puntería, Rajoy nos dijo, repito, que la España que conocimos hasta ahora terminó, y no volverá, o será difícil que vuelva a medio plazo. Yo ya no sé dónde me sitúo ideológicamente, y no abono la muerte de las ideologías que nos legaron Fukuyama y compañeros mártires, pero sí creo en el fin de los dogmas. Estamos en la tesis de la supervivencia, andamos tratando de evitar la caída del imperio romano. Y quien crea que exagero que repase los tres primeros minutos de la intervención inicial de Rajoy: aquí ya nadie piensa que basten los analgésicos para curarnos el dolor de cabeza, porque el dolor tiene causas más profundas. Es casi una pesadilla.
Este lunes, Rajoy estuvo bien; los demás, también. Yo no salí del Congreso de los Diputados contento, pero sí algo más tranquilizado. O quizá resignado. Lo que me preocupa es si el inminente presidente podrá seguir en la misma línea mañana.
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