De la función de las preguntas retóricas en los discursos

Luis Cortés Rodríguez
07:00 • 19 dic. 2020

Fray Francisco Torres de los Montes, el agustino confesor en el castillo, tras mostrar su extrañeza porque fray Antonio no hubiera hablado de la importancia de las preguntas retóricas en los discursos, tomó de nuevo la palabra y dijo: 


—La función de las preguntas retóricas es algo tan principal, que ha de atender con seriedad quienquiera que se disponga a preparar un discurso. Bien es cierto que a mí no me cabe el honor, como sucede a fray Antonio, de concebir los discursos del señor Duque, pero sí que hago los sermones para mis fieles del castillo y alguna iglesia del contorno. 


—Confieso –respondió Sancho– que no conozco qué significan esos latines que acaba vuestra merced de decir y que yo nunca oí. Pero dígame, señor cura o fraile, por todos los santos, ¿también he de decir yo en mis discursos eso que vuestra merced dice?



—Señor escudero, de nombre Sancho y de apellido Panza –contestó solemne y educadamente fray Francisco–, ha de saber que hay preguntas que no esperan respuesta, pero sirven para dar fuerza a lo que se dice e interesar más a quienes escuchan. Si yo pregunto a mis feligreses: «¿Saben dónde está el pecado?», todos se dispondrán para oír lo que tengo ya pensado decirles.

A lo que replicó Sancho, primero hablando entre sí mismo y, más tarde, dirigiéndose a fray Francisco:



Créame que poco alcancé de ese embrollo, pues preguntar sin esperar respuesta parece tan baldío como enjaezar a mi rucio para que pase la noche en el establo y por la mañana quitarle los jaeces antes de sacarlo al camino. 


Maldito de Dios, Sancho –dijo don Quijote, molesto con la simpleza de su criado–. Has de dar gracias a Dios que ni el Duque ni la Duquesa oyen la insulsez y torpeza de tus dichos, que, si así fuere, pocas ganas les quedaran de hacerte gobernador o virrey, y sí mozo de mulas como mucho. 



Amigo Sancho –contestó fray Francisco, intentando menguar la cólera de don Quijote–, todos sabemos que las preguntas se suelen hacer para solicitar información: ¿Qué queda de camino?, requerimos, si no conocemos la ruta. Y se nos dirá que queda poco o que faltan dos leguas o cosas así. Sin embargo, hay algunas demandas que no esperan respuesta. Pero su función es otra, es como de llamada para advertir de algo importante.  Por ello, se emplea en los discursos. 


—No entiendo cuál es el fin de tal proceder –volvió a repetir Sancho–. Parece cosa prolija y, como dijo aquel muchacho contador de historias, lo prolijo origina fastidio.

Viendo las pocas luces del escudero, fray Antonio Martínez, el otro agustino, volvió a participar en la plática e hízolo de este modo, con gran sorna y algo de altivez:


Sí, parece, señor virrey de las Indias, que poco ha entendido de esta cuestión, aunque no me quepa duda de su disposición para otras. Dígote que en los discursos tales preguntas sirven de excusa para que quienes las hacen puedan dar relieve, o sea, enfatizar su propia respuesta. Además, paran el discurso, interpelan a los oyentes y, por tanto, las preguntas retóricas, dan relieve a lo que a continuación se ha de decir y despiertan el interés de quienes escuchan al orador. 


—En efeto, –dijo fray Francisco–, cuando yo he querido preparar mi opinión sobre un asunto de importancia, y quiero que se le preste la mayor atención, suelo dirigirme a mis feligreses con una propuesta sobre tal cuestión, pregunta que me catapulta a mi propia respuesta, que se agranda mediante este recurso. Siempre es aconsejable su uso.


—De gran interés resulta este achaque de las preguntas retóricas, pero su interés nos separó de la linde del camino, que no era otro que las partes de un discurso. Y, entre ellas, ya hablamos del inicio y del desarrollo, pero nada del cierre, parte de gran importancia.

En esto estaban cuando se solicitó el silencio de quienes habitaban en ese momento en la parte baja del castillo, pues había que disponerse a recibir a los Duques, que llegaban de la montería con tanto aparato de monteros y cazadores como correspondía a su estado. Tan pronto el Duque vio a don Quijote y Sancho, se dirigió al caballero y díjole ansí:


—Mi apreciado huésped, pienso que los caballeros andantes seréis todos buenos cazadores y vuestra merced el mejor de ellos. Sería un gran honor que nos acompañara mañana a la Duquesa y a mí. Como bien sabrá, el ejercicio de la caza de monte es el más conveniente y necesario para los hombres de armas, y los caballeros andantes lo son. Unos y otros han de utilizar las mismas estratagemas y astucias para vencer al enemigo: el montero, a la bestia que pretende abatir y el caballero, al malhechor al que ha de hacer hincar sus rodillas. Por cierto, en unos minutos comenzaremos la comida y tanto la Duquesa como yo deseamos que se sienten en el mismo lugar que lo hicieron ayer, con nosotros, en la parte principal de la mesa, pues nunca huéspedes tan honorables estuvieron en este castillo.


Con esto, Sancho y don Quijote tuvieron que dejar sin finalizar el tema del que platicaban, si bien con la promesa de que después de tener la siesta lo reprenderían. Tras esto, pasaron al amplio salón donde se celebraría la comida. 


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