Esta noche es Nochebuena y mañana navidad, saca la vacuna Illa, que nos vamos a pelear. Pablo Iglesias quiere que esta noche se arme el belén en los hogares españoles y que vuelen los langostinos de lado a lado de la mesa con el discurso del Rey de España de fondo. Nos propone que discutamos sobre el rey y la Constitución, como si cambiar la estructura legal de un país como el nuestro fuera tan sencillo como elegir turrón duro o blando. Su frase literal: “...muchos compatriotas que escucharán ese discurso se van a preguntar si son monárquicos o son republicanos. Y creo que ese debate se va a dar en muchas casas, en muchas familias”.
Parece que para el vicepresidente los grandes problemas de los españoles no son los miles de muertos por el coronavirus, el aumento del paro, la asfixia de los autónomos o la agonía de hosteleros y comerciantes.
Su obstinación contra el Rey Felipe VI es tanta como la mía en denunciar a un tipo asi que aprovecha su poder no para gobernar y solucionar problemas sino para hacer que la realidad le de la razón, aunque sea a costa de crear problemas que no existían.
Iglesias pasa de la realidad, da lo mismo lo que diga el Rey esta noche, ya le tiene hecha la cruz, ejem. Además, el vicebecario desprecia a los españoles, quienes en el último barómetro del CIS no ven como un problema la monarquía parlamentaria. Sin embargo, Iglesias se empeña en su moralismo disfrazado de intelectualidad. “Es normal que...”, “la gente de bien cree que...”, “los españoles que aman su patria...”. Frases así son la señal inequivoca de que miente y manipula. Así actúan las grandes marcas de tecnología, que te hacen creer que tienes una necesidad de comprar el último modelo y en realidad no la tenías de forma objetiva.
Iglesias ha llevado a la política lo que ya hacía Pepe Navarro en sus mejores días: “Quien no quiera a la monarquía obsoleta, corrupta y opresora que envíe un SMS al 193639”. Luego vino Sardá a mejorar esta estrategia comunicativa. Ellos sí que fueron revolucionarios, no el acomodado vicepresidente. Cualquier tema podía hacerse interesante con los gritos de Aramís y los aspavientos del padre Apeles. Sardá consiguió que los españoles creyeran que Tamara-Yurena cantaba y la aupó al número uno en ventas con el himno ‘No cambié’.
Más recientemente un puñado de políticos catalanes -de los que Iglesias se ha erigido en valedor y mediador- hicieron creer a muchos miles de ciudadanos que un nuevo Estado puede nacer por la sola voluntad, por hacer butifarradas o votaciones. No es casualidad que Pilar Rahola fuera una tertuliana habitual en Crónicas Marcianas. Ahora toca la República Sálvame de Luxe.
La sociedad se puede permitir un mal gobernante pero no un gobernante perverso. Romper familias es algo tan mezquino y malvado como romper países y Pablo Iglesias busca las dos cosas, no se si con consciencia. Me recuerda a Jim Jones. Espero que no acabemos igual.
El independentismo fracturó muchas familias en Cataluña como ahora quiere Iglesias hacer con el republicanismo. Pero si algo soporta la simplicidad cainita de dividir el mundo en buenos y malos es la familia. Miremos un día como hoy el ejemplo de San José; cómo aguantó el pobre esa noche en el portal, con la que le había caído encima del Espíritu Santo.
Esta semana he conocido la entrañable y tierna historia de una muy popular pareja española icónica de la izquierda, que tiene una hija que es destacada ‘camarada’ de Falange. El dato sería irrelevante de no ser que su madre escritora y columnista y su padre poeta habrán usado como un cliché la palabra ‘fascista’ más de un millón de veces en sus intervenciones públicas.
Ya al final de la dictadura, a militares y franquistas beatos les salieron hijos rojos e hijas maoístas. Es normal, la vida fluye, los padres no son responsables de sus hijos y éstos tampoco lo son de los padres. Exactamente como le ocurre a Felipe VI con Juan Carlos I. Tengamos la Nochebuena en paz y en familia. También en Galapagar, donde también crecerán los hijos. E hijas.
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