El Paseo de Almería es un muerto que está muy vivo. Las luces de los comercios que resisten alternan entre las casetas del mercado navideño y los locales que albergaron antiguos negocios. Una falsa algarabía se apodera de las calles, en las que los viandantes se confunden con aquellos que guardan turno para acceder a una tienda o cafetería. La imagen de estos días dista mucho de la que pueda ofrecer el centro fuera de las fechas señaladas. Los empresarios hacen su agosto entre bufandas y abrigos de lana y el Paseo vuelve a la vida por unos días. Es la falsa mejoría del moribundo.
La ciudad está henchida de optimismo y jolgorio. Incluso hay voluntarios pidiendo monedas para no sé qué causa, que se atreven a colocarte una pegatina en el brazo como seña de egoísmo -todos sabemos que la gratitud se plasma con ese mimo adhesivo en la solapa de la chaqueta-. Todavía no he atravesado ni la mitad del Paseo y ya me han tocado ocho personas, alguna de ellas para pedirme perdón por chocarse. “No me toque, por favor”, termino rogándole a una señora que me pide la vez para comprar un boleto de lotería. Hay demasiada gente.
Me encierro en la hosquedad propia de mi carácter, aquella que me convierte en superviviente y un ser huraño. Recuerdo que, en el pico de la pandemia, había quien aseguraba que el contagio en España sería mayor por nuestra condición de tocones. Nuestra afabilidad, cercanía y necesidad de contacto enterraría a más de uno; pero no sería a mí. Ahora que las primeras personas se vacunan, hay quien parece olvidarse de la pandemia.
Al júbilo por despedir el 2020, se suma la euforia de la Pfizer. Como si pasar el annus horribilis acabase con el virus. No quisiera ser agorera, pero no haberse contagiado en el 2020 no es sinónimo de vacuna, anticuerpo o inmunidad de rebaño. Aunque no les negaré que es toda una proeza.
Vuelven los abrazos, los besos y los choques de puños. Vuelven como vuelve el turrón por Navidad, como vuelve el comercio al Paseo. No nos convirtamos en la mejoría del moribundo. Prudencia. Estamos en la recta final: “No me toque, por favor”.
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