A estas horas, sábado al mediodía, más de ciento cincuenta personas siguen “disfrutando” de una fiesta ‘rave’ (es decir de música electrónica y baile compulsivo), en una nave abandonada de la localidad barcelonesa de Llinars del Vallès. Los jóvenes, muchos de ellos llegados de Francia, comenzaron su cita, claramente ilegal, a las nueve de la noche del día treinta y uno.
Desde las campanadas de fin de año, cuando los vecinos llamaron a los Mossos, lleva la policía autonómica catalana decidiendo si interviene, cuándo y cómo. La sensación de impunidad de los asistentes, a los que la policía se limita a pedir sus datos a los que salen, para una futura sanción, es tal que han amenazado con seguir la fiesta hasta el domingo por la noche.
La falta de datos sobre la ejecución de las miles de sanciones administrativas, impuestas desde que volvió a decretarse en estado de alarma, lleva a jóvenes y no tan jóvenes, a pensar que saltarse las normas y poner en peligro a sus familias y vecinos sale gratis. Si los Mossos no pueden afrontar la clausura del local, donde, por descontado, nadie lleva mascarilla, que pidan refuerzos como ha hecho la policía de París en el desalojo de otra fiesta salvaje.
Si existen unas normas sobre el número de personas que pueden reunirse en un local cerrado, si las familias han prescindido de reunirse con los suyos en Navidad, si muchas parejas de ancianos han celebrado solos fin de año porque los hijos temían un posible contagio, ¿cómo puede consentirse semejante desmadre? Acaso no se ha dicho lo suficientemente alto que la mortalidad por el virus en esta segunda ola del otoño/invierno es mucho peor en España que en la primavera del confinamiento.
¿Podrían las delegaciones del Gobierno, o los ayuntamientos, o a quien competa, dar cuenta de cuantas multas se han hecho efectivas y que ingresos ha supuesto para las arcas públicas? Porque lo más peligroso, en una sociedad harta de recortes de libertades, de cierres, de pérdidas de empleo, es la sensación de impunidad. Lo que les lleva a concluir que el bicho y sus consecuencias no van con ellos.
Por otro lado, las “alegrías” con las que se ha vendido el inicio de la campaña de vacunación, trasmite la falsa imagen del principio del fin de la pandemia. Ya hemos dejado atrás el maldito 2020 y, como quien pasa una pagina de un libro, se tiene la sensación de que se acabó el desastre.
Y nada más lejos de la realidad. Las vacunas están llegando con cuentagotas, se necesitan dos dosis para lograr la inmunidad e incluso el laboratorio BioNTech reconoce que, ante la falta de otras vacunas alternativas, va a tener que producir muchas más dosis solo para Europa.
El vicepresidente madrileño, Ignacio Aguado, ha hecho el cálculo de que: con 48.750 dosis que Sanidad va a repartir, cada semana en Madrid, solo un 10% de la población estará inmunizada en el mes de junio... y así en toda España.
Y es a ellos, a los que “disfrutan” de su fiesta salvaje, a los últimos a los que se va a vacunar, pero antes se llevarán a pobre gente por delante.
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