Un día desaparecieron todos los juguetes de mi habitación: el caballo balancín blanco, los bebés de Nenuco y sus carritos de paseo, el fuerte de los Playmobil, la cocina Molto y los Gusyluz, que me inspiraban más miedo que ternura. Quizás no fueron todos, pero sí los más voluminosos. El recuerdo de un niño tiende a ser tergiversado y magnificado. El terrible incidente coincidió con el día previo a la noche de Reyes, por lo que la pérdida fue rápidamente repuesta con nuevos cacharros. Los Magos de Oriente acertaron en mi deseo de aquel año.
¿Cuándo dejé de creer en los Reyes Magos? Intento buscar el momento exacto, esa desilusión, y no la encuentro. Siendo hija de policía se me hacía raro que tres extraños pudieran entrar en mi casa por la noche sin previo aviso. A mí, sus Majestades se me antojaban como aquellos delincuentes que secuestraban niños en la puerta de los colegios con caramelos. Únicamente cambiaba el modus operandi.
Lo que sí recuerdo es fingir creer en los Reyes Magos. Interpretaba - y lo bordaba- el papel que me aseguraba un botín compuesto por nuevos juguetes y carbón dulce. Mi hermana, mayor que yo, sin embargo, mantenía intacta su ilusión y yo era quien desde principios de diciembre iniciaba las pesquisas para dar con los regalos y desbaratar aquel teatrillo. El año que descubrimos el truco, mis padres pasaron a ser los colaboradores directos de los Magos de Oriente.
Una de las afirmaciones más crueles que perpetua la patraña en pro de la ilusión es “si no crees en los Reyes Magos no te traerán juguetes”. Me llevó un tiempo comprender que sus Majestades de Oriente no eran los padres, sino sus sueldos y trabajos, que los niños pobres no eran malos y que aquel sucedáneo de muñeca muelle que caminaba conmigo se debía a que formaba parte de una familia numerosa y no a mis trastadas.
El año que desaparecieron todos los juguetes, mi hermana y yo salimos a jugar con los nuevos regalos. En el parque, descubrimos a nuestro caballo balancín y la cocinita en manos de otros niños, también felices, aunque sus cacharros no fueran nuevos. Quizás ese fuese el momento exacto en el que dejé de creer en los Reyes Magos, pero recuperé la ilusión.
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