Hubo un tiempo en el que a los niños y niñas se les enseñaba y precavía de la existencia del mal mediante cuentos escabrosos.
A nuestros hijos no se les asusta hoy con el lobo feroz ni con brujas sino con estereotipos. Los tablones en pasillos de escuelas e institutos se llenan curso tras curso de avisos, proclamas y conjuros contra estos entes invisibles y amenazadores. Los cuentacuentos e instructores oficiales añaden al imaginario de nuestra juventud otros seres semejantes: roles y prejuicios, a los que hay que buscar y perseguir hasta repudiarlos.
Los tres son en realidad conceptos, simples herramientas intelectuales, instrumentos falibles y revisables de filosofía social para intentar entender la transmisión cultural en el tiempo entre individuos y grupos. La palabra rol se asocia hoy errónea y casi exclusivamente al concepto género, cuando en realidad hay además roles de edad, de profesión, vestimenta, rostros o de cuerpos. Un rol es un lugar o papel objetivo asignado, con valores asociados. Los roles cambian cada vez más rápido, y cada vez con menos obstáculos, tanto que deja de tener sentido el concepto. La asignación de roles fijados es propia de sociedades cerradas, jerarquizadas y tradicionales.
Cuando eramos niños, de un adulto se esperaba que formara una familia; de un niño se le exigía respeto a los mayores...Hoy día, no hay rol que frene a una persona que quiera rechazar todo rol y reinventarse en este mundo fluido y cambiante.
Es falso que hoy la sociedad occidental asigne desde un control central o por un mecanismo irresistible roles a mujeres y hombres de forma discriminada. Por ejemplo, ¿quién puede afirmar hoy con credibilidad y datos de natalidad objetivos que una supuesta sociedad patriarcal espera o exige de cualquier mujer adulta que sea madre?.
Si hay algún rol recurrente y poderoso que la sociedad nos tiene encomendado es el de que seamos obligados consumidores, tanto de productos comerciales como de espectáculos, incluida la política.
Junto al concepto de rol se añade el de estereotipo. Nacemos y crecemos entre ellos, categorizaciones infinitas y cambiantes, ideas preconcebidas heredadas que nos facilitan nuestro trato con el mundo. Un estereotipo es al conocimiento lo que la ‘fast food’ a la gastronomía. Pero si el estereotipo se impone a la ciencia, entonces el conocer y comunicar se convierten en una constante lucha de marcas, donde la verdad deja paso al triunfo y éxito.
Roles y estereotipos tienen algo impersonal que escapa a nuestro control, como le ocurre a todo producto cultural. Nadie controla la evolución del lenguaje, que sus palabras ‘viejunas’ dejen de significar y que otras nuevas se extiendan hasta arraigar. Voy de tiendas y paso por estanterías llenas de estereotipos: muñecas y cocinas en sus cajas de color rosa. Los expertos no han logrado acabar con ellas después de más de 15 años. Luego, las colonias llenas de promesas de éxito sexual tanto a mujeres como a hombres. Tampoco. Los estereotipos no son como nos cuentan.
Finalmente llegan los prejuicios, la interiorización individual de estereotipos. Los prejuicios pueden ser dañinos para el que los tiene y para quien los sufre. Son píldoras de conocimiento falso, erróneo e injusto pero es inevitable tenerlos en algún momento de tu vida, porque son como los primeros pasos.
Enciendo la televisión y lanza una traca de estereotipos y prejuicios: ministros que hablan bajito y por eso son dialogantes; ministras que hablan multiplicando pronombres y por eso son más defensoras de la mujer; presidentes que hablan mucho y por eso se cree que son transparentes; personas que llevan la bandera de su país y por eso son fachas; defensores de la eutanasia y por ello son asesinos; comerciantes que ganan dinero y por eso son capitalistas egoístas; personas que hablan español y por eso son fachas de nuevo; personas que no lucen banderas y por eso son rompepatrias....
Estereotipos y prejuicios prevalecen hoy más que nunca sobre el conocimiento, triunfan con la facilidad de un ‘twit’ o un ‘hachtag’. Pero no se combaten instilando miedo al estereotipo feroz con un cuento disfrazado de seriedad oficial.
Contra los estereotipos se lucha mediante el fomento de la inteligencia y la libertad, que al final son lo mismo. El pensamiento crítico no admite consignas, pues las propias creencias son las primeras que deben caer bajo el análisis de la razón. Eso es educar, hacer que nuestros hijos crezcan libres y adquieran los instrumentos para liberarse de prejuicios, sin más cuentos con lobo feroz.
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