Si se proclama emperador a Nerón, seguro que acaba incendiando Roma. Sin embargo, Donald Trump, el último titular del trono del decadente imperio americano y trasunto de aquel perturbado de la lira, no ha acabado incendiando su capital, la democracia, la convivencia, la cordura, la política, la sociedad, la educación y el buen gusto, sino que empezó a hacerlo no bien fue designado presidente de los Estados Unidos. Y empezó a hacerlo a lo bestia, tal como en su campaña electoral había prometido.
Así pues, no se entiende la sorpresa por el asalto al Capitolio instigado por él, aunque sí la conmoción, pues el salvaje episodio protagonizado por las turbas trumpianas no remite tanto a las truculentas movidas cortesanas de la antigua Roma como al incendio del Reichstag, de cuyas brasas parece que el fascismo actual pretende renacer. Como entonces, los sectores más reaccionarios y turbios de la sociedad han alimentado al monstruo y se han acogido a él en beneficio de sus intereses, pero, como se sabe, los monstruos tienen la costumbre, cuando crecen, de devorar cuanto se les pone delante. Al Partido Republicano, que le amamantó, le cuidó con mimo y le rió sus obscenas gracietas pueriles, le ha pasado eso.
Pero tal vez la comparación de Trump con Nerón sea injusta... con Nerón. El hijo de Agripina, que lo mismo mataba a su madre y a su hermanastro que se casaba con lo primero que se le ocurría, murió a los 30 años, con lo que el mal de que era capaz quedó limitado por el tiempo. Por lo demás, parece que las pesquisas históricas más serias y fundadas desmienten que el tipejo incendiara nada, al tiempo que mencionan detalles de su reinado que quedaron oscurecidos por el falso hito con el que pasó a la Historia. ese tañer la lira mientras contemplaba con ojos extraviados las llamas de Roma: Apenas emprendió guerras, frió a impuestos a los ricos para mejorar la vida del pueblo, fundó escuelas y gimnasios, fomentó la música y la poesía... De Trump sí se sabe la descomunal hoguera que ha montado.
Este Trump cuya lira son los tuits con los que ha sumido a su país en el estupor y la vergüenza, todavía dispone de una tea con la que podría achicharrar no ya Washington, sino el mundo entero: El botón nuclear. Nancy Pelosy, la presidenta del Congreso cuyo despacho fue allanado y vandalizado por los camisas pardas durante el asalto, anda apelando a las altas esferas militares para que, por dios, le quiten el botón rojo de las manos. Ella sabe, y todos los americanos debieron saberlo cuando mandaron a Trump a la Casa Blanca, que si se hace emperador a Nerón es probabilísimo, aunque un poco ahistórico, que acabe incendiando Roma.
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