El manto de nieve no solo ha cubierto los campos y las calles, sino también, al parecer, la conciencia del verdadero drama, que alcanza, para quienes la conservan, magnitudes insoportables, trescientos, cuatrocientos, quinientos muertos al día. El hielo se retirará pronto de los campos y las calles, y cuando se despejen dejando la tierra mullida y el asfalto lavado, cuando se saneen los cornisas y los pobres camioneros puedan reanudar sus fatigosos viajes, cuestión de días, ya no habrá manto que oculte la visión de la zona catastrófica, la de la pandemia, que abarca todas las zonas.
Se ve que, en vez de quinientos, se necesitan mil muertos al día para que las autoridades sanitarias, que vienen demostrando poca o ninguna autoridad en materia sanitaria, decreten de una puñetera vez el confinamiento, tal como vienen implorando los médicos, los epidemiólogos, los virólogos, los expertos y cuantos no se han dejado cegar por la reverberación de la nieve y el hielo.
Confinamiento estricto y vacunación masiva, tal es la única receta para que dejen de perecer nuestros mayores, para que los niños dejen de coger pulmonías en sus colegios helados, para que el personal sanitario se recupere física y psicológicamente de la tralla que lleva y para que se restaure la economía, siendo esto último, según parece, lo que más importa a la clase política que mantiene semejante estado de cosas a base de medidas inútiles o contraproducentes.
La nieve y el hielo han demostrado, siendo solo agua disfrazada, más sentido común que esas autoridades que ya se ve que carecen de autoridad ninguna sobre la inconsciencia y la codicia: no dejaron aterrizar aviones, ni circular trenes ni autobuses, ni celebrar “eventos” durante unos días. No dejaron circular el virus, ninguna de sus variantes, mutaciones y nuevas cepas con las que también ahora castiga la estupidez de algunos, la incompetencia de otros y la criminalidad contra la salud pública de no pocos, aunque el castigo, como siempre, se ensaña con los débiles y los inocentes.
Ya no se pueden reparar los estragos de las orgías navideñas y sus calles y sus centros comerciales y sus aviones atestados, pero sí se puede aún salvar la vida de muchos que, de no decretarse cuanto antes el confinamiento, morirán sin remedio mañana, y pasado, y la semana que viene. La nieve y el hielo se funden, y ya nadie puede decir, ni los políticos de tres al cuarto con mando en plaza, que no ve la verdadera zona catastrófica.
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