Las dosis sobrantes

Rafael Torres
07:00 • 19 ene. 2021

Los alcaldes y diputados que se vacunaron sin que les correspondiera pueden ser acusados de muchas cosas, todas ellas indiscutibles por fundamentarse en la poca vergüenza que acreditaron con su acción, pero no de derrochadores: se hicieron inyectar la Pfizer, saltándose el protocolo de vacunación, “porque sobraban unas dosis y se iban a tirar a la basura”. Eso es como la cocina de aprovechamiento que tanto practican los padres como dios manda al alimentarse con los residuos que van dejando los niños en los platos, y que, de no hacerlo, acabarían, en el mejor de los casos, criando moho y gusanos en la nevera.


Los alcaldes y diputados levantinos que se las arreglaron para vacunarse mientras sus convecinos ancianos, las cajeras de los supermercados, los profesores o los conductores de autobús tratan de evitar como pueden que les pille el virus antes de que se les administre el inyectable protector, no antes de la primavera, esos pájaros de cuenta, digo, exhiben todos el aspecto saludable que se compagina con su juventud, pero no han dudado en inmolarse en aras del ahorro de los recursos públicos salvando esas dosis que se iban a desperdiciar. Ahorrativos son, pero me gustaría saber qué otras cualidades han podido ver los electores en esos jetas para hacerles alcaldes o diputados.


Eso tan tenebroso que nos ha hecho siempre tanta gracia, la picaresca, la picaresca española, no ha decaído un ápice desde el Lazarillo y el Guzmán de Alfarache. Antes al contrario, encontró en la política un terreno particularmente fértil, el del privilegio, y, consecuentemente, el de la corrupción en todas sus modalidades que pervierte la política, que del alto honor de servir a la comunidad deviene en la bajuna industria de servirse a uno mismo en perjuicio de ella. Picaresca es agenciarse una vacuna a pura alcaldada, como picaresca es hacerse con un máster de lo que sea falsificando las actas, valiéndose igualmente de la impostura desde un cargo público.



Ahora bien; en política la picaresca no solo no puede hacer gracia, ni saldarse con un mero reproche, sino que requiere un castigo, a menos que queramos quedarnos sin política pero sí con los políticos que la bastardean, engordándolos, vacunándolos, diplomándolos.

Lo que sobraba, pues, no eran las dosis que tantos ancianos y enfermos crónicos aguardan como agua de mayo, sino los truhanes que, por ahorrativos, se ahorraron incorporar a sus personas el honor y la vergüenza.





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