Estamos a punto de vivir otra demostración de la importancia de la Ciencia —si sobrevivimos a la pandemia COVID-19—. El desarrollo en tiempo récord de un repertorio de vacunas frente al coronavirus causante de esta mortífera pandemia va a ser realidad en breve. A despecho de las paparruchas que aducen los antivacunas, las vacunas vendrán a rescatarnos del dilema infernal en que nos ha metido el virus: o morimos por enfermedad, si mantenemos la actividad económica, o morimos por la ruina económica que trae el confinamiento. Será una evidencia más de la eficacia de la Ciencia frente a la inutilidad de la superstición (en sus muy diversas manifestaciones).
Sin embargo, no deja de maravillarme la extraordinaria capacidad que tiene lo que yo llamo “el pensamiento mágico”, para volver y resucitar, con diferente o idéntico ropaje. Siempre parasitando la ignorancia de unas personas y la desesperación de otras. Entre otras desgracias, la pandemia COVID-19 nos ha traído un variado ramillete de enemigos de la “verdad oficial”. Hemos visto “luminarias del pensamiento” como Miguel Bosé negando la existencia misma de la pandemia. Otros hablando de una conspiración mundial cocinada por Bill Gates con una finalidad confusa o no declarada. Y, por si no fuera suficiente, tenemos una banda de agoreros de los males derivados de las vacunas.
Cuando una persona corriente, de buena voluntad, trata de encontrar una brizna de verdad en la que confiar, se encuentra con este foro de locos de atar, que envuelven entre medias verdades, descaradas mentiras y estupideces varias. Varios de mis amigos se han sentido confusos en algún momento ante los discursos, pseudocientíficos, pero persuasivos, de estos supersticiosos contemporáneos, preguntándose: ¿Dónde está la verdad? ¿A quién debo creer?
Los problemas planteados en el mundo material pueden ser resueltos por la aplicación sistemática de la razón y el método científico. Esta forma de pensar se desarrolló en Europa a partir de mediados del siglo XVIII y ha producido una revolución científico-técnica que ha transformado completamente las sociedades humanas. “Ciento cincuenta años de ciencia han resultado más explosivos que cinco mil años de cultura precientífica.” fue el escueto sumario de Bertrand Russell en 1931. Basta echar la vista a toda la tecnología desarrollada a partir del conocimiento científico: se puede viajar hasta el espacio, TV, internet, telefonía móvil, agricultura y ganadería capaces para alimentar a toda la humanidad, trasplantes de órganos, vacunas, antibióticos, y un larguísimo etcétera.
En todos los aspectos de nuestra vida que miremos, observaremos el impacto positivo que ha tenido el desarrollo tecnológico. De modo que, podemos constatar que el seguimiento de los principios de la razón y la ciencia ha conducido a los países a mejorar la vida de sus ciudadanos. Esto demuestra que el conocimiento científico describe fielmente el funcionamiento del mundo real y nos permite manipularlo en interés propio, desarrollando instrumentos o métodos para conseguir un objetivo deseado.
Contrariamente, la aplicación del magnetismo, la homeopatía, la imposición de manos, salir en procesión, y otros miles de presuntos métodos “alternativos” (mágicos), son completamente inoperantes y solo contribuyen al mantenimiento de las sociedades humanas en la miseria y el atraso.
En esta situación, creo que podemos dar una respuesta —creíble, verosímil, razonable— a las preguntas del principio: la verdad en el mundo material la proporciona, solo y exclusivamente, la ciencia. Por tanto, debemos confiar en el conocimiento científico, generado mediante consensos internacionales rigurosamente establecidos, a partir de los resultados de la aplicación del método científico. Las opiniones individuales, incluso las emitidas por un científico prestigioso, al margen de los consensos científicos, no son fiables nunca.
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