Cataluña, y por tanto España, bate otro récord mundial (ya ha batido algunos) de lo desconcertante: está a punto de entrar en campaña electoral sin que aún se conozca la fecha de las elecciones. Creo que no ha habido caso semejante en los anales de la historia de comicio alguno. Puede que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña dictamine el próximo día 8 si los catalanes pueden o no votar el próximo -y tan próximo_día 14. O puede que dictamine qué día puede votarse al día siguiente de haberse producido la votación. Un ejemplo más de lo que nos trae la creciente judicialización de la política.
Bueno, lo de las elecciones catalanas, de las que un posible ganador (diga lo que diga el CIS) es un señor independentista que se apellida Aragonés, es apenas un ejemplo, pero muy contundente. Creo que también batimos un récord mundial habiendo colocado como candidato a quien aún, en pleno furor de rebrotes y muertes por la pandemia, en pleno caos por la vacunación, sigue siendo ministro de Sanidad, aunque parece, me dicen, que no pisa mucho el Ministerio. Y cierto es también que nos anuncian que este máximo (des)coordinador de los esfuerzos sanitarios autonómicos dejará la poltrona ministerial la próxima semana para centrarse, aún más, en su misión de ganar al independentismo y mantener la unidad en el territorio autonómico nacional.
Nunca mayor dosis de responsabilidad recayó en una sola persona, que, para colmo de desconciertos, no ha ejercido, parece, a plena satisfacción en sus cometidos: por un lado, vacunar a toda España contra el terror que nos provoca un virus mutante, ahora británico, al que el portavoz de Sanidad, el increíble Fernando Simón, consideró hace un par de semanas “marginal”, mientras que ahora dice que será “dominante” dentro de poco. Ahora, como antes con las mascarillas, parece que faltan no solo vacunas, sino hasta jeringuillas, y me resisto a hacer un chiste fácil sobre pareados.
Por otra parte, parece que el ‘efecto Illa’, que crece en las encuestas aunque todo el mundo piense que lo ha hecho mal (¿?), podría contrarrestar el empuje independentista de los mal avenidos Puigdemont y Junqueras y convertirse en el árbitro de un tripartito -que todos niegan y, sin embargo, todos pensamos que será inevitable_que contenga los excesos secesionistas. Y ahí, no tengo otro remedio que desear suerte y acierto al candidato de rostro siempre compungido, a quien creo no haber visto sonreír abiertamente jamás.
En fin, mayor confusión, imposible. Solamente el caos interno reinante en el Gobierno central y el desmadre imperante en la Generalitat catalana, traducido en la pésima labor de los governs ya desde bastante antes de aquel 1 de octubre de 2017, han logrado sembrar desconcierto tal en el electorado catalán y pasmo semejante en la ciudadanía del resto de España.
Ya sé que ha habido desajustes políticos, básicamente derivados de la pandemia, en varios gobiernos europeos: pero en el Guinness del despropósito político figuramos nosotros encabezando el ranking.
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