Envidia produce lo mucho que le quieren sus técnicos al consejero de Sanidad de Ceuta: le dijeron que si él no se vacunaba, ellos tampoco. Eso es amor, y lo demás son tonterías. Pero es que el consejero se hace querer, pues pese a que a él no le gustan las vacunas (¡!) y no ponerse nunca ni la de la gripe (sic), concedió en que le administraran la del coronavirus, bien que saltándose la cola y burlando el protocolo que por su cargo debía defender, por no desairar a sus técnicos y mirar por su salud. Ya digo: una bella historia de amor.
Ahora bien; como toda historia de amor, ésta tiene sus efectos colaterales, que no son siempre buenos. En este caso, escaseando las vacunas como escasean, aquellas de las que se apropió el consejero ceutí y sus muchachos se corresponden exactamente con las que se están dejando de administrar a quienes les va la vida en ello, los ancianos, los enfermos crónicos (como los de EPOC, que tienen siete veces más probabilidades de morir por Covid y no figuran entre los primeros ni entre los segundos beneficiarios), los sanitarios de atención primaria o los grandes dependientes. El amor es maravilloso, pero egoísta.
La tropa de salteadores de vacunas que opera por los despoblados de la pandemia es nutrida, y eso que los componentes de ella que se han podido identificar son solo aquellos a los que se ha pillado. Alcaldes, concejales, consejeros regionales, funcionarios, gerentes, informáticos, militares, parientes, amiguetes, de todo hay en esa tropa que desmiente del todo aquél mantra del confinamiento de que esta calamidad nos haría mejores. A los mejores es probable que les haya hecho mejores, o que les haya dejado como estaban, pero a los peores les ha hecho muchísimo peores.
Pero no solo las cuadrillas esquilman las reservas del preciado específico, sino que alguno de los laboratorios que lo fabrican pudiera estar también en modo José María el Tempranillo. Los incumplimientos en los contratos de suministro son escandalosos, y existe la sospecha de que podrían obedecer a desviaciones de la vacuna al mejor postor. El gobierno italiano ya ha acudido a los tribunales, y la Unión Europea, aunque con la timidez que le es característica, ha emplazado a los laboratorios a cumplir sus compromisos de abastecimiento y a dejarse de historias.
Ni cuadrillas ni emporios podrían, sin embargo, asolar más si cabe el desolador momento que padece la humanidad, sin el caos que generan la impericia o la indolencia de los gobiernos. Sin migueletes en lontananza, los salteadores disfrutan.
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