La guerra se hacía en tiempos con armas y después con petróleo; más tarde con préstamos financieros y vetos a las nuevas tecnologías. Hoy en día se libra con vacunas. Las grandes potencias, o lo son también científicas, o pasan a segundo plano. La pandemia y la medicación para superarla están remodelando el mapa mundial. Es un seísmo geopolítico que cambia influencias y dependencias a marchas forzadas. Ahora Rusia y China pesan cada día más porque tienen vacunas que vender, o incluso regalar. Países africanos y americanos miran con esperanza a Moscú y Pekín. A Zimbabue, donde han muerto cinco ministros por Covid, y a otras ex colonias británicas, ya no les importa la Commonwealth porque Londres no suelta una vacuna. Argentina aclama a Rusia por haber convertido el país austral, con éxito, en el principal campo de ensayo de la Sputnik; es la vacuna por la que empieza a suspirar una Unión Europea que recibe menos unidades de las contratadas con varios laboratorios. Queda cuestionada la eficacia de su presidenta, Úrsula von der Leyen, porque la seguridad jurídica de lo firmado presenta alguna grieta.
Aparecieron mejores postores. Israel paga más y encima facilita informaciones de los pacientes que una restrictiva Ley de Protección de Datos no permitiría a otros países. En el Golfo Pérsico las vacunas se pagan con petrodólares y hay ofertas turísticas por 50.000 euros que incluyen vuelos en primera, tres semanas de hotel de lujo, primera vacuna al llegar y segunda dosis antes del regreso. Entretanto, Honduras, o Panamá, recibieron al principio ridículas remesas de vacunas, algo así como diez mil.
El Reino Unido estaba en depresión porque salió de Europa definitivamente hace unas semanas con la mayoría de la población convencida de que era un error; pero tras acaparar todas las vacunas producidas en su territorio, crece la idea de que el divorcio no era tan malo. “Es la expresión máxima del ultranacionalismo del Brexit”, estima el profesor Manuel Castells.
Entretanto, Francia, el país de Louis Pasteur, padre de la microbiología moderna, se siente humillada como la gran potencia económica, nuclear y científica que creía ser. Pierde la batalla frente a Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Rusia y China. Sanofis no pudo sacar una vacuna contra el Covid y el prestigioso Instituto Pasteur abandona sus investigaciones porque no era efectiva su propuesta.
Alemania envía personal sanitario a Portugal ante la desbordada situación de sus hospitales donde el 70 por ciento de sus médicos están infectados por Covid. Era ejemplo de control hasta la Navidad y, por no tomar precauciones en su celebración, es el país de mundo con mayor incidencia. Hay traslados de enfermos graves, de otras patologías, a Alemania (también llegan desde Italia) ya que es el país europeo con más unidades de cuidados intensivos. Galicia, en la frontera hispano-portuguesa, abre hospitales. Hay guerra, pero también solidaridad.
Entretanto, en Estados Unidos, Biden, heredero del desastre sanitario de Trump, tiene un plan para vacunar a cien millones de estadounidenses en cien días en cuanto tenga el suministro suficiente movilizando al ejército y a la Guardia Nacional. Antes el gigante americano ejercía de gendarme internacional y de benefactor. Ahora la urgencia está en casa. Con lo que sobre, a la nueva guerra mundial.
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