José Ramón Martínez
23:10 • 29 dic. 2011
Cuando me dirigía a la presentación del libro "Almería, memoria compartida" del periodista Eduardo del Pino Vicente, también a mí me rondaban los recuerdos. La zona del teatro Apolo, lugar de la presentación, fue en su época un centro vivo de la ciudad, el punto de encuentro de los que iban y venían, en una provincia donde se iniciaba el gran éxodo rural hacia las zonas urbanas. El trasiego en aquellos años fue un no parar, unos para Barcelona, otros más lejos, hacia Europa, en una tierra donde la emigración durante mucho tiempo fue parte de su cotidianidad. De aquella Almería entrañable, de aquella gente sencilla y trabajadora Del Pino ha trazado un brillante recorrido sentimental.
Una amplia representación de los que vivimos nuestra infancia en aquella Almería estuvimos el otro día en las butacas del Apolo, lleno hasta la bandera, como en uno de esos días importantes propicios al reencuentro con nosotros mismos, con nuestro pasado, y con ganas incluso de recuperar algo de aquel espíritu.
Y es que en tiempos de una estética de diseño, donde la ciudad tradicional ha perdido peso, se echan de menos aquellos espacios provincianos pero acogedores del café español, del Imperial, del trato verbal, del tiempo pausado, donde las prisas de la modernidad todavía no habían llegado.
Con su escritura sencilla, Del Pino ha sabido sumergirnos en un paisaje de sentimientos que atrapa con su lectura, que engancha con sus personajes y que emociona con sus relatos cargados de autenticidad. Un libro para ser leído en voz alta, un libro para leer en las escuelas, un libro para que los jóvenes sepan de dónde venimos. Una Almería de casas de planta baja con dos dormitorios para familias numerosas, con una mayoría de población analfabeta, con una escuela predemocrática donde el castigo era la pedagogía al uso, con una iglesia institucional con aire marcial, y un poder político profundamente autoritario.
La ciudad de nuestros padres
El paisaje humano por el que nos conduce el escritor es, como ha titulado, nuestra memoria compartida. Escenarios como el puerto, cuando éste era un lugar de esparcimiento, las playas de las Almadrabillas, los cerrillos de la Chanca; personajes como Rodolfo Lussnigg, el fotógrafo Guerry, Luis "el de los perros", negocios con solera como las señoritas del Once de Septiembre, almacenes Segura, la ferretería La Llave, el kiosco Amalia, espacios llenos de luz como los terraos de las casas y las calles sin coches, y un largo etcétera consiguen conformar el universo simbólico de la Almería de nuestros padres y de nuestra infancia, al mismo tiempo que una mirada conciliadora con nuestro pasado.
De entre todo ello, dos fotos singulares van a marcar el comienzo y el final de esta época. Una, que bien podría ganar el premio Putlizer, sería la de esa hilera interminable de mujeres enlutadas subiendo en peregrinación al cerro San Cristóbal, que sobrecoge por su dramatismo.
La otra, Lola de Almería, la del anuncio del coñac Soberano y la televisión Telefunken, la niña atrevida de la calle del Arco que jugaba con los niños a la pelota y se ganaba las reprimendas de las monjas del colegio por su rebeldía, como relata el libro y que muy joven se marcharía a Barcelona, la ciudad entonces más liberal de nuestro país. Significativamente, con este personaje se abre una época, que representa ya los aires de libertad que el desarrollismo estaba propiciando, y suyas son las palabras: "Tengo un rato de frivolidad porque soy de naturaleza alegre. Es una forma de enfrentarse a la vida"
Agradecimientos: A La Voz de Almería editora del libro por recuperar nuestro pasado, lo que somos, de dónde venimos. Y a Graficas Piquer por su magnifica impresión. Esperamos nuevos proyectos parecidos. A todos en hora buena.
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