Isabel, 49 años, Adra.
María de Carmen, 33 años, Adra.
Souad, 24 años, Roquetas.
Irina, 23 años, Roquetas.
Isatou, 22 años, Almería.
María Dolores, 45 años, Níjar.
Nicoleta, 21 años, Vícar.
Juana, 55 años, Albox.
Khadija, 37 años, Roquetas.
María, 43 años, Albox.
Isabel, 45 años, Vélez Rubio.
Herminia, 67 años, Cóbdar .
Mayorie, 26 años, Almería.
Carmen, 49 años, Lucainena.
María Mercedes, 36 años, Almería.
Damiana, 38 años, Roquetas.
Dolores, 34 años, El Ejido.
Carmen, 46 años, Roquetas.
Khadija, 21 años, El Ejido.
Arantxa, 30 años, Almería.
Rosa María, 28 años, Fines.
Salud, 41 años, Vícar.
Yulia, 33 años, Roquetas.
Hayat, 27 años, Níjar.
Mariana, 32 años, Almería.
María del Carmen, 41 años Berja.
Francisca María, 46 años, Níjar.
Dina, 25 años, Adra.
Abdelmulet, 45 días, Níjar.
Antonia, 34 años, Huércal de Almería.
Andra Violeta, 25 años, Almería.
Pilar, 38 años, Cuevas del Almanzora.
Maricarmen, 48 años, Albox.
Aicha, 29 años, Roquetas.
María Dolores, 39 años, Almería.
Estos son los nombres de las 35 mujeres que fueron asesinadas por sus parejas en Almería desde 2003 -fecha en que se inició la recopilación estadística- hasta ayer, 6 de marzo de 2021. Dieciocho años en los que los informes también han recogido los nombres de los hombres- Paul, 82 años, Roquetas; Antonio, 50 años, Vélez Rubio, Martín, 50 años, Almería- asesinados por sus parejas en la provincia.
Los negacionistas de la violencia de género debían meditar sobre lo que revelan las cifras anteriores- 38 víctimas: 35 mujeres, 3 hombres- antes de intentar cubrir con el manto de “violencia doméstica” su vergonzante machismo. No lo harán.
Y no lo harán porque lo que esconden en su discurso es una inconfesable concepción supremacista en la que el hombre es superior a la mujer, el blanco al negro, el autóctono al inmigrante, el occidental al oriental y el rico al pobre. Machismo, racismo, xenofobia y clasismo, las cuatro esquinas del territorio en el que el populismo de extrema derecha asienta su inconfesada pero real arquitectura ideológica. Una arquitectura que, demasiadas veces, tiene su mejor aliado en la extravagancia ultrafeminista de una extrema izquierda obsesionada en sustituir la complejidad del argumento razonante por la simpleza del tuit delirante. Considerar a la mujer un ser inferior es obsceno; contemplar al hombre como un enemigo a batir, en vez de como un aliado (convencido o a convencer) para imponer la igualdad en todos los ámbitos de la vida, un error excluyente y sin sentido; negarse a llamar vicepresidenta a quien lo es resulta tan estúpido como el promocionar el “todes” como aglutinador del todas y todos. La tontería nunca ha sido un arma eficaz contra la agresión de los desalmados.
La celebración mañana del 8 M ha proporcionado esta última semana un caudal de antifeminismo que, quienes lo han alimentado, han terminado ahogados en el ridículo insoportable de sus contradicciones. Criticar que se toleren manifestaciones de no más de 500 personas es un criterio respetable y, es solo mi opinión, razonable. La pandemia obliga al máximo rigor en el cumplimiento de las medidas preventivas y cualquier concentración aumenta el riesgo de su propagación.
Lo que no resulta respetable es que, quienes se oponen a la celebración de estas concentraciones, sean los mismos que alentaron durante días las caceroladas en calles ´pijas´ de Madrid, convocaron la de hace una semana en Sevilla o alientan, un día sí y otro también, las manifestaciones de los sectores afectados por la crisis económica. Su crítica a las convocatorias de este 8M no solo no es respetable (por ser contradictorio con su aliento a otras concentraciones en la calle, como hemos visto), sino que es despreciable por esconder en la mentira de su aparente indignación la verdad de su antifeminismo lleno de furia machista.
Miles de años de hegemonía inmoral del hombre sobre la mujer es una herencia tan pesada que resulta imposible desprenderse de su hipoteca. Quien esté libre de este pecado que tire la primera piedra. Yo no lo haré y creo que la mayoría de los hombres debemos asumir que, de palabra, obra y omisión, cometemos, en mayor o menor medida, el pecado de machismo. Un pecado laico porque, qué curioso, la jerarquía eclesiástica todavía no ha incluido entre las normas de sus catecismos la igualdad entre el hombre, oficiante máximo y único en cualquier acto religioso, y la mujer, ayudante de segunda en cualquier representación litúrgica, ya sea en la infantería de las parroquias de los arrabales o en el purpurado del colegio cardenalicio.
Las mujeres han comenzado a ser protagonistas de su destino porque la lucha que iniciaron las primeras feministas con un pequeño paso es ya hoy una gran marcha en la que todavía queda mucho por recorrer. Un camino en el que las mujeres de la provincia ya nunca podrán ser acompañadas por las treinta y tres mujeres que fueron cruelmente asesinadas por la violencia de género de treinta y tres asesinos llenos de furia y odio.
La violencia contra las mujeres sí tiene género. Ahí están los datos, en Almería y en cualquier parte del mundo, para demostrarlo. Quien defienda lo contrario, miente. Y lo peor es que lo sabe.
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