Conocí al rey Felipe cuando era príncipe, en el palacio de la Zarzuela, en una audiencia que nos concedió a los entonces presidentes de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Andalucía. El exquisito protocolo precedió a un encuentro en el que el futuro monarca nos escuchó con atención a quien se lanzó a hablar. Naturalmente yo fui uno de ellos, porque yo soy muy de hablar, no sólo de escribir. Era el año 2010 y la crisis económica estaba en su apogeo. Le dije que en aquellos tiempos tan difíciles, en cualquier empresa u organización, debíamos hacer sacrificios todos sin excepción, desde el de más arriba hasta el de más debajo de la pirámide. Asintió. Poco tiempo después su padre abdicó. A él le esperaba un reinado turbulento, en ocasiones incierto, muy incierto.
Aquel encuentro me dejó una muy buena impresión del príncipe. Recuerdo que unos días después, en la radio de Diputación, le dije al periodista Pepe Cuenca que Felipe de Borbón y Grecia sería un gran rey. Tenía ese pálpito. Han transcurrido seis años desde su llegada al Trono y creo que no me equivoqué. Felipe VI heredaría una bomba de relojería y ha tenido la autoridad, el temple y la inteligencia de sostener la monarquía parlamentaria a pesar de todos los ataques sufridos dentro y fuera de la institución. Ha afrontado con aplomo y solvencia los problemas causados por su propio padre, Juan Carlos I, así como los continuos ataques de los partidos políticos que pretenden socavar la democracia apuntando al Jefe del Estado.
Dice José Antonio Zarzalejos en su libro, ‘Un rey en la adversidad’, que ante cualquier problema el rey acude a la Constitución, la biblia de la democracia española. No es mal recurso para un monarca que se ha encontrado un país erosionado por la crisis económica, social, política y ahora también sanitaria. Levantó el pulso de España en su histórico discurso del 3 de octubre de 2017 y fue determinante para que los catalanes que no se sienten nacionalistas salieran en tromba a las calles de Barcelona para manifestar su confianza en la ley, en la democracia y en el Estado.
Las averías ocasionadas por su padre (recomiendo escuchar en Spotify el podcast ‘XRey’) han dado munición a los partidos republicanos e independentistas que, sin embargo, no han podido encontrar ninguna grieta en el reinado del propio Felipe VI, absolutamente ninguna. El rey ha tomado decisiones muy duras en relación a su familia, ha renunciado a la herencia de su padre, ha consentido la marcha de éste al extranjero, ha apartado a sus hermanas y ha antepuesto la Corona a cualquier otro interés porque es consciente de que un fallo más (y así se considera por algunos hasta la vacunación en Abu Dabi de las infantas Elena y Cristina) podría traer los cantos de sirena de una república.
Tal es la importancia del reinado de Felipe VI, no ya sólo como la garantía de la pervivencia de la monarquía sino también del propio régimen del 78. Porque un nuevo régimen constituyente, en la situación actual, sería gobernar una nave en mitad de la tormenta, con independentistas y radicales antisistema intentando zarandear la democracia, cuando no hundirla. Como buen navegante, Felipe de Borbón seguirá desafiando los fuertes vientos y enderezando el rumbo para que España llegue a buen puerto. Le queda una dura travesía, pero tiene la confianza de millones de españoles. ¡Viva España y viva el rey!
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