Cuando Meghan Markle aterrizó, de la mano de su entonces novio Harry, en el palacio de Buckingham, flipó tanto como si hubiera aterrizado en Murcia la semana pasada. Sin embargo, en éste último caso su estupefacción habría sido más comprensible, pues para no flipar en la Corte de la reina Isabel, donde tan maltratada se ha sentido por lo visto, habría bastado con que llevara un poco de cultura general y algunas lecturas, en tanto que para lo del gobierno regional de Murcia, ni la cultura general ni las lecturas le habrían servido de nada para entender como tantos pueden caer, a la vez, tan bajo.
Meghan Markle, en efecto, carece de cultura ninguna, pero no porque lo diga uno, sino porque ella misma se lo comunicó alegremente a su entrevistadora cuando ésta, sorprendida por los flipes y las estupefacciones de su entrevistada al entrar en contacto con la familia de su pareja, le preguntó si no sabía dónde se metía: "Oh, no, ¿qué puede saber una norteamericana de eso?" Hombre, una norteamericana no sé, pero una norteamericana que se va a casar con un príncipe, es decir, que le guste o no al muchacho, es un príncipe, pues los príncipes carecen de libertad e incluso de luces para ser otra cosa, tal vez sí debería haberse informado algo sobre el particular.
Ahora bien; los problemas de Meghan Markle en la Corte de Inglaterra, finalmente menos amargos de lo que parecían al haberle rentado 7 millones de dólares por contárselos a Oprah Winfrey, no creo que provinieran ni de su escasa instrucción, ni de su norteamericanismo profundo, ni de los roces cuñadescos con Kate Middleton, ni mucho menos de los supuestos comentarios de no se sabe qué miembro del clan referidos a la pigmentación del vástago que espera, sino de una abierta, pura y dura incompatibilidad profesional: Meghan Markle, una actriz estadounidense de medio pelo, no hizo el menor esfuerzo de meritoriaje para ingresar en la Royal Theatre Family Company, la compañía de tanta prosapia como longevidad que reina desde hace la tira en los escenarios del Reino Unido y de la Commonwealth.
Puede que, pese a todo, Meghan acabara entendiendo mejor la vulgar astracanada del gobierno regional murciano que el endiablado repertorio de la Royal Family Company. Cuestión de tablas.
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