La mutua desconfianza entre republicanos izquierdosos de Junqueras (ERC) y soberanistas burgueses de Puigdemont (JxCat) marcó el final de la legislatura anterior y marca el principio de la recién salida de las urnas del 14 de febrero. El germen de la implosión sigue vivo y el fantasma del desgobierno planea sobre el territorio. Simple reseña, que no opinión, sobre los nuevos episodios de rivalidad entre los dos grandes brazos del independentismo, que ni siquiera se ponen de acuerdo en la forma de canalizar su común aspiración secesionista.
Es lo que hay en vísperas del salto de Pere Aragonés (ERC) a la presidencia de la Generalitat. Dicho sea como anticipo de la luz verde que el aspirante obtendrá, al menos por mayoría simple (42 votos, sumados los 9 de la CUP), en segunda votación (martes que viene, día 30) de la sesión de investidura iniciada este viernes.
Considero muy improbable paso de los 32 diputados de JxCat de la “abstención” al “no”, aunque nada es descartable en la demenciada política catalana, sobre todo después de escuchar la arremetida de Aragonés contra el “supremacismo” de JxC y de recuperar una cierta mirada transversal a Cataluña como “un solo pueblo”. En ese caso, el de un inesperado alineamiento de los 32 diputados de JxCat con el “no” del resto de la Cámara, se abriría un plazo de dos meses en el que podría pasar de todo, incluida la repetición de elecciones.
Lo único que parece asegurado es la investidura de Aragonés como “president”. No la apuesta última de compartir “proyecto y trayecto”. La formación de Gobierno y la agenda de la legislatura siguen en el aire. En esos dos ámbitos se produce el choque, con el arrogante espectro de Puigdemont sobrevolando los artificiales ritos de apareamiento y nuevos motivos de recelo entre los de Puigdemont- Borrás, que se han sentido subalternos desde que ERC declarase a la CUP “socio preferente” en nombre de la izquierda que les une.
La causa última del desencuentro entre las dos fuerzas mayoritarias del independentismo son las pretensiones del expresidente de la Generalitat. Quiere controlar desde Waterloo el nuevo “embate democrático” contra el Estado represor (vuelta a las andadas del 1-O). Una ventaja que los de Junqueras-Aragonés no están dispuestos a otorgar al llamado “Consejo de la República” constituido en el “exilio”.
En todo caso, lo que finalmente ocurra como resultado del pulso ERC-JxCat servirá de tanteo respecto a la predisposición de Salvador Illa a ejercer de alternativa creíble frente al bloque independentista. Sus firmes apelaciones a la necesidad de respetar el marco de convivencia como límite de cualquier reivindicación soberanista son un banderín de enganche para una mayoría silenciosa de catalanes con hambre atrasada de racionalidad.
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