Dos apellidos vascos, que ahora regentan el mayor banco español, una fusión madrileño-catalana, lanzaban este domingo una clarísima advertencia --bueno, llamémosle consejo-- a Pedro Sánchez desde las portadas de numerosos periódicos: es preciso hacer una política sin tensiones, transversal.
Es decir, llegar a ese gran pacto, alejado de los sectarismos y la bronca que han caracterizado el año, dos meses y trece días en la vicepresidencia de ese Pablo Iglesias que el martes deja el Gobierno para emprender una aventura autonómica más que incierta. Pero no consta que el presidente del Gobierno vaya a dar el paso que cambiaría la imagen política del país y le convertiría en un estadista. Más bien me inclino a pensar que, este mismo martes en el que se va Iglesias, su 'socio' Sánchez reincidirá en el error.
Y el error será no hacer una remodelación ministerial amplia, disminuyendo carteras innecesarias (y muy caras) y abriendo el Gobierno a tendencias moderadas que cohesionen una acción gubernamental que hoy más que nunca debe brillar por una eficacia que hasta ahora se ha detectado poco o quizá nada.
Creo, para concretar, que todos ganamos teniendo a Yolanda Díaz en una vicepresidencia que, en el fondo, consistirá en mantener su cartera de Trabajo y en nada más: el talante y el talento de la señora Díaz son, sin duda, mejores que los de su no sé si aún 'jefe'. Pero pienso, a la vez, que todos perderemos si se concreta la entrada en el elenco ministerial de quien hasta ahora ha sido secretaria de Estado para la Agenda 2030, sin que se haya detectado en su actuación avance alguno para la sociedad civil española.
Hablo, sí, de Ione Belarra, que hasta el momento solo ha destacado como fiel y bien recompensada amiga del tándem Iglesias-Montero y como una notable 'broncas' que se permitía lanzar sus dardos gravemente acusatorios contra la ministra de Defensa, que, por cierto, dicen las encuestas que es la persona mejor valorada de las que componen el Consejo de Ministros. Supongo que doña Margarita Robles no estará precisamente exultante de alegría al tener que sentarse, de ministra a ministra, junto a la señora Belarra.
Y eso, si Sánchez no lo remedia, que dudo que lo remedie, ocurrirá también este mismo martes, cuando, por cierto, comprobaremos si el 'socio lejano' del Gobierno central --bueno, ya no sé si son tan socios, a raíz de las bravatas que escuchamos--, Esquerra Republicana de Catalunya, consigue hacerse con la presidencia de la Generalitat porque el fugado Puigdemont y los antisistema de la CUP lo permiten. Desde ERC ya han llegado algunos 'recados' dirigidos a Sánchez, y que son como el anuncio de lo que le y nos espera: que ponga ya fecha a la puesta en libertad de Oriol Junqueras y demás encarcelados por el 'procés'. Como si Sánchez pudiera hacerlo...
El clima político, ya digo, se enrarece más, y eso que no era fácil aumentar los vapores tóxicos de la política española. Y, en lugar de aprovechar para hacer un Gobierno fuerte, capaz de afrontar los enormes retos que nos vienen en todos los órdenes, Pedro Sánchez va a introducir nuevos elementos de discordia interna en el Ejecutivo, precisamente cuando, con un suspiro de alivio audible desde fuera de La Moncloa, se había librado de Pablo Iglesias. Pues menudo negocio hace. Y nos hace.
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