Se comprende que los cuatro gatos que celebraron el domingo el 82º aniversario de la ocupación de Madrid por las tropas de Franco, que ellos llaman “liberación”, se sientan a gusto con la hora de Berlín, del Berlín de Hitler, que es el huso horario que seguimos teniendo en España como tantas otras cosas de aquellos tiempos siniestros, pero a los españoles del siglo XXI ese huso nazi-fascista les sienta como un tiro, nunca mejor dicho.
Con el cambio de hora del domingo, que nos remata los biorritmos al desquiciar las agujas de nuestros relojes naturales internos, se ahonda más el abismo que nos separa de nosotros mismos, así en el tiempo como en el espacio. La hora de Berlín, adoptada por Franco en 1942 para mostrar su adhesión a Hitler cuando todavía le iban bien las cosas, nos ancla simbólicamente a una época atroz que por fortuna ya no existe, pero cuando llega en primavera el cambio de hora, el adelanto de otra hora, el robo de esa hora a un día, el caos interior de cada uno se acrece más si cabe, y qué decir del caos del conjunto compuesto por todos los cada unos, y más si se le añade el que, en lo individual y en lo colectivo, en el cuerpo y en la mente, está generando la pandemia.
Si el absurdo y anacrónico huso horario vigente en España no sirve para maldita la cosa, o, cuando menos, para nada bueno (almorzar a las 3, cenar a las 10 o a las 11, dormir poco y mal...), el cambio de hora añadido supone la puntilla, el descabello. Se sabe que ese cambio de hora no procura el menor beneficio, ni a la salud, ni a la economía, ni al gasto energético, ni a nada, y que la Unión Europea había decidido, ante tan apabullante evidencia, suprimirlo a partir de este año, pero se ve que los líos con los piratas farmacéuticos de las vacunas ocupan toda su atención y vuelve la burra al carro, otra vez el sindiós de la hora robada.
Con la hora de Berlín, del demenciado Berlín de Hitler, ya teníamos bastante, salvo los canarios, que tienen una como dios manda hasta que se la cambian en primavera. Los “nostálgicos” que se reunieron en torno al madrileño Arco de la Victoria (¡que sigue ahí!) para cantar el Oriamendi y el Cara al Sol, deben disfrutar lo suyo con esa hora, si bien las chicas de Femen les aguaron un poco la fiesta, esa fiesta espeluznante que conmemoraba la victoria de la hora de Berlín sobre cerca de un millón de muertos.
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