Me van a permitir que reflexione en voz alta. Tal vez pueda llegar a conclusiones que no sean del todo acertadas o políticamente correctas, pero además de mis responsabilidades políticas también soy ciudadana, y quizá la función institucional que ahora represento me haga ver la situación desde una perspectiva más neutral.
El papel de los políticos en esta sociedad debería ser tan genuino como lo que nos lleva a dar ese paso a la política: tener vocación de servicio público, conocer de los problemas de los ciudadanos e intentar ponerles solución. Por supuesto, cada uno desde de su prisma ideológico, respetando por encima de todo a los ciudadanos y dejando a un lado lo que interesa mediáticamente. Creo que ahí, principalmente, es donde reside el gran problema: en la apariencia que a veces damos de estar más preocupados por la imagen mediática que por buscar solución a los problemas.
Tristemente estamos inmersos en la política de los 240 caracteres, en la de los ‘zascas’ o en la de buscar los 40 segundos para subir a redes. Al final, esos momentos gloriosos llenos de visualizaciones y de ‘likes’ están alimentando cada vez más una polarización afectiva en la sociedad. Y la culpa es nuestra. Nos olvidamos de lo que es y debe ser el parlamentarismo: debatir con la palabra y no con el insulto, hacer críticas constructivas y aportar diferentes soluciones.
Esa polarización afectiva aboca a un mayor radicalismo y se alimenta en gran medida de los discursos de odio, ya sea de uno u otro lado. Lo que sin embargo parece que se olvida es que tiene un impacto perverso, pues aleja al ciudadano de sus representantes.
Así, triste y contrariamente a lo que pueda parecer, la presencia de posturas ideológicas más enfrentadas y radicalizadas en nuestras instituciones, si bien podría entenderse como un avance del pluralismo político, también está debilitando nuestro sistema democrático con discursos sesgados, crispación y dogmas ideológicos de los que los ciudadanos están hartos, porque no solucionan sus verdaderos problemas.
Una polarización que produce desconfianza y debilita las instituciones, a la vez que imposibilita en gran medida la búsqueda de acuerdos, cada vez más difíciles de alcanzar. En definitiva, viene a repercutir negativamente en nuestro sistema democrático que para mí debe basarse en la suma voluntades con acuerdos, tal como tuvo su origen nuestra Constitución del 78.
Es por ello por lo que confío firmemente en la política como solución de los problemas. Porque creo en un sistema democrático fuerte, basado en la confianza de los ciudadanos en sus instituciones y en sus representantes; creo que el diálogo y no el insulto es la mejor manera de llegar a acuerdos; y creo firmemente que es mejor tender puentes y sumar a ambos lados ideológicos. Mi postura política es aquella que trata de evitar la polarización afectiva y la división de la sociedad para basarse en la confianza de los ciudadanos, centrada en una política de hechos. Por eso soy ciudadana de Ciudadanos.
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