Cuando era un joven que no sabía muy bien qué hacer con su vida, mi abuelo Daniel solía llamarme con cualquier excusa para intentar convencerme de que me presentara a las pruebas de acceso a la policía. Con ello, pretendía que siguiera mi tradición familia, en la que de acuerdo con el devenir histórico de nuestro país y hasta donde ha sido posible saber, hubo sucesivamente miembros y suboficiales de los cuerpos de Carabineros, Guardia de Asalto, Policía Armada y posteriormente Nacional de Policía. Hasta es posible que la tradición se remonte a las Guardas de la Costa del Reino de Granada, pero eso es algo que tengo pendiente de investigar con mi amigo Gabriel Cara.
Lo cierto es que, aunque yo respetaba mucho a mi abuelo, tenía claro que no me habían llamado por ese camino, entre otras cosas porque no reunía la más mínima condición para ello. Algo parecido debió ocurrir con el resto de mi generación, con el resultado de que la saga se cortó, al menos de momento, con uno de mis tíos. El hecho de que no haya pertenecido a ningún cuerpo no significa que no haya vivido de cerca las vicisitudes de la labor policial. Como ocurría con la mayoría de las familias almerienses de antes, estábamos muy unidos y así, de manera indirecta, fui viviendo el esfuerzo, sacrificio y sobre todo voluntarismo por el que los miembros de unas fuerzas herederas de una tradición autoritaria se fueron convirtiendo poco a poco en cuerpos de seguridad que contribuyeron en gran medida a que vivamos en una democracia plena, por mucho que ahora se quiera cuestionar. Yo siempre pongo como ejemplo qué en toda mi vida, la única ocasión en que me he cruzado con un pelotón de paracaidistas patrullando fue paseando por los jardines del Louvre. En la España constitucional, una estampa como esa no nos entraría en la cabeza porque tenemos interiorizado que esa función la cumplen de sobra los cuerpos de seguridad del estado.
Cierto es que el proceso para llegar aquí no fue un camino de rosas; en Almería tuvimos episodios de retroceso como el de la muerte de Javier Verdejo o el caso que dolorosamente lleva el nombre de nuestra provincia. Pero me atrevería a decir que le debemos mucho a los miembros de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, reconocimiento que creo justo hacer extensivo a las policías locales y Vigilancia Aduanera, cuerpos que con gran dedicación han contribuido hasta el día de hoy para que, a pesar de los pesares y con Issaguen y Gibraltar muy cerca de nuestras costas, nuestra tierra supere en seguridad pública al extremo sur de países vecinos, como pueden ser Italia y algunas zonas de la misma Francia.
Por eso, tengo que confesar que me hierve la sangre cuando veo espectáculos como el de un personaje a medio camino entre el pirata y el payaso, que pretende chantajear a una sociedad herida por una enorme pandemia y que vive la etapa más convulsa de su historia reciente, utilizando para ello la experiencia y conocimientos privilegiados adquiridos durante su etapa de servidor público en puestos clave. Sería bueno que tipos de esta índole tomaran ejemplo de los policías, guardias, cabos, suboficiales, oficiales y miembros de la escala ejecutiva que han dedicado y continúan haciéndolo incontables horas y esfuerzos a preservar la seguridad de todos y que con el honor por divisa y la discreción por bandera, guardan para sí el secreto del sacrificio personal que ello les acarrea.
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