Si Bagdad fue “la madre de todas las batallas” en la guerra de Irak, Madrid es escenario estas semanas, más que nunca, de la madre de todas las batallas políticas de España; y en parte de Europa. La campaña electoral del 4 de Mayo ha reventado por la alta tensión generada por la extrema derecha, potente pero en retroceso en las encuestas. Su negativa a condenar las amenazas con balas al líder populista de izquierda, el ex vicepresidente Pablo Iglesias, arruinó un debate en la Cadena SER y sembró de dudas los últimos 10 días de la campaña. Con tanta tensión emocional, el voto es más imprevisible. Suspendidos los debates que faltaban, la escalada verbal es de difícil contención. La autoría de las amenazas (un texto con balas en el sobre) que recibieron también el Ministro del Interior y la Directora de la Guardia Civil, está aún sin esclarecer.
Lo de Madrid es mucho más que la clásica confrontación entre derecha e izquierda tras 26 años de gobiernos conservadores. También es una lucha por el modelo económico imperante (neoliberalismo radical o no) en esa Comunidad de siete millones de habitantes y con un PIB algo superior al de Cataluña y al de Portugal. Se juega la supervivencia del centro político representado por Ciudadanos, partido construido, y después destruido, por Albert Rivera. Para las izquierdas es terreno de confrontación, y a la vez de alianza necesaria, para intentar gobernar.
Es un espacio para reunificar las derechas (“cuando yo me fui había una y ahora hay tres”, proclama el expresidente Aznar). Pero es, sobre todo, un laboratorio de ensayo en Europa de las técnicas electorales trumpistas interpretadas por una extrema derecha desafiante en lo político y en lo personal. Se cumple un año de acoso ante la residencia de Pablo Iglesias, su pareja, la ministra Irene Montero, y sus tres hijos; y constantes frases despectivas al adversario: “quítese esa cara de amargada que tiene”, le espetó en la radio la candidata ultra Rocío Monasterio a Mónica García, de Más Madrid. “Pruebe a ser educada, a ver cómo le va”, le recomendó el socialista Ángel Gabilondo. Dos días antes, en el debate de Telemadrid, Monasterio afirmó sin inmutarse que le había tenido que explicar a Mónica García “lo que era el Covid, porque no lo sabía”. (Monasterio es arquitecta y García es médico anestesista, a medio tiempo en la política y a diario en la UCI de un hospital) .
Hasta el viernes pasado parecía que el tono de la campaña era bronco pero, aún así, contenido. Iglesias, que empezó diciendo que “habría que meter en la cárcel a la presidenta Isabel Diaz Ayuso”, se había moderado. En la calma tensa, estalló la tensión entre el ultraderechismo de Vox y Podemos, descolocando a todos. La popular Ayuso doblará sus escaños pero, si le faltan diputados para la mayoría, solo pueden salir de Ciudadanos o de Vox. Lo grave es que Ciudadanos no es seguro que sobreviva; y Vox ya se sabe que es un socio muy contaminante. Su radicalidad crece tal como se siente más débil. Lo que se juega en Madrid es evitar el ascenso de la ultraderecha al gobierno, como ya ha sucedido en Murcia. Por eso toda España, Europa y América están tan atentas a la batalla de Madrid.
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