El pasado viernes me senté en la butaca más esquinada de la primera fila del Cervantes. Era la primera vez en varios meses que entraba a un espacio cerrado para disfrutar de lo que más me apasiona: escuchar música en directo.
Unos días antes me cruzaba, como tantas mañanas desde hace años, con Juanma Cidrón por el Paseo. Nos conocemos desde hace mucho, y cada uno sigue la pista del otro, como buenos paisanos y teclistas. Yo siempre lo he admirado como uno de esos pioneros almerienses que despertaron en mí el gusanillo para no limitarme a la pasividad de la escucha, animándome a dar ese paso por el que, de repente, saltas a un escenario para ver pasa ahí arriba. Y acaba gustándote.
En ocasiones, por las prisas, solo nos saludamos. Pero el otro día nos detuvimos para ponernos al día. Yo le hablé de mi libro y él de su próximo concierto. Me lo relató con tal nivel de detalle y entusiasmo, que me faltó poco para pensar que no había necesidad de ir a verlo. Me contó que arrancaría, ayudado por su amigo Paco Palenzuela en la flauta, con El mar de la tranquilidad una pieza de su banda de los 70, Hypokeimenon, aquella con la que yo lo vi un primero de septiembre del ochenta en la terraza Imperial, teloneando a los Dr Feelgood. Fue una de esas noches que marcaron a fuego mi vida como futuro músico. También me contaba, iluminándosele los ojos y dejándome intuir su contagiosa sonrisa bajo la obligada mascarilla, que iba a poner música a un viejo cortometraje mudo con la ayuda de la guitarra psicodélica de Liborio, que realzaría una declamación de Labordeta, que iba a mezclar sus sintetizadores analógicos ‘a lo Tangerine Dream’ con la propuesta lírica de Laura Moyano, o que complementaría con sonidos un alucinante montaje visual de la fotógrafa Estela García y la danza de Kasia Ozog sobre una inquietante performance de Julio Béjar llamada Basura.
En la oscuridad del teatro, a media tarde, en una extraña pero placentera hora para la música en vivo, constaté que Juanma había sido capaz de describirme con palabras lo que iba a ocurrir allí, pero faltaban las notas. Así que no me arrepiento de haber acudido para dejarme atrapar de nuevo por su música.
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