En tanto se dilucida en las urnas si a los madrileños de todas las edades se les administra o no una segunda dosis de Ayuso, casi dos millones de españoles menores de 60 años, los que recibieron el primer inyectable de AstraZeneca, asisten estupefactos a la decisión gubernamental de no solo posponer la administración del segundo que la vacuna de Oxford requiere a su debido tiempo para una completa efectividad, sino de andar experimentando deprisa y corriendo con otra vacuna, de naturaleza muy distinta, para ver qué pasa si se pone esta en vez de la otra en el segundo pinchazo.
La estupefacción de esos casi dos millones de españoles, los policías, guardias civiles, bomberos, farmacéuticos y profesores a los que se administró la vacuna anglo-sueca pese a su juventud por pertenecer a profesiones expuestas, y su incertidumbre, y su miedo, no se deriva de las dudas que sobre la seguridad del específico han ido surgiendo, sino de las que la decisión de prescindir abruptamente de esa marca a la mitad del partido les genera. ¿Y qué decir de la estupefacción, de la incertidumbre y del miedo de los seis millones comprendidos entre los 60 y los 69 años, a quienes se les ha destinado la AstraZeneca mientras que a los anteriormente citados se les quiere sustituir por otra?
Contra el criterio unánime de la comunidad científica y de sus instituciones, que aconsejan vivamente propinar la segunda dosis de AstraZeneca a quienes reciben la primera, la ministra Darías se empecina en marear la perdiz y a millones de españoles ávidos de atisbar la luz al final del túnel, con la ocurrencia, más política que sanitaria, de poner a estas alturas a investigar a la Carlos III para ver si la Pfizer casa o no casa, si pasa algo o no pasa, dejando en suspenso la completa protección contra el virus de los inicialmente vacunados con la AstraZeneca, y metiendo el miedo en el cuerpo a los que en estos días reciben la primera dosis de ella y no saben de qué demonios recibirán la segunda, aunque, al parecer, en algún sitio se dice mantener para ellos la pauta completa con la misma.
A la hora de pergeñar estas líneas no se sabe si los madrileños recibirán o no una segunda dosis de Ayuso con su poco, o su mucho, de Vox, pero sí se sabe que a unos ocho millones de españoles, los enredados en los líos de la vacuna de marras, no les llega la camisa al cuerpo. Con lo fácil y tranquilizador que sería poner a guardias, maestros y boticarios su segunda dosis de la de Oxford cuando les toque, y a los mayores de 60 años esa u otra, pues todas son buenas.
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