Dicta la buena educación respetar los momentos de celebración y duelo de individuos y organizaciones. Y eso es lo que debemos hacer con los protagonistas de las elecciones que se han celebrado en la Comunidad de Madrid, que bastante tienen con digerir lo que les ha sucedido, sea el éxito arrollador de Ayuso, el más moderado de Mónica García, los fracasos de distinta magnitud de cualificados personajes como Edmundo Bal y Ángel Gabilondo, o la victoria pírrica de Pablo Iglesias que le ha llevado a dejar la política.
A pesar de los diferentes resultados, todos tienen que reflexionar sobre lo que ha pasado y no dejarse llevar por el éxito o por la frustración. Porque el sorprendente resultado responde a una suma de circunstancias complejas que no conviene despachar con simplezas. El PP haría mal en considerar que el tsunami madrileño hará llegar la ola a La Moncloa. Porque Casado no es Ayuso, porque Madrid y el PP de Madrid no es España ni los PP de España, y porque un repaso simple a la historia de nuestra última etapa democrática evidencia que gobiernos sólidos del PP en la Comunidad de Madrid han convivido con gobiernos centrales socialistas. También deberían evitar la tentación de ensayar la jugada en aquellas comunidades que aún gobiernan con un moribundo Ciudadanos y la muleta incómoda de Vox. Porque no todos los órdagos salen bien.
Por su parte, los partidos del bloque de izquierdas y, especialmente el PSOE, harían igualmente mal si concluyeran que una gran ola tal y como viene se va. Y que la desconocida que pasó de cosechar el peor dato de la historia de su partido en 2019 a tener en 2021 una victoria arrolladora puede ver cómo se desinfla su capital en los dos próximos años. Puede ser, pero puede que no sea así. Las victorias y las derrotas se construyen a base de aciertos y errores. Y aunque a veces la suerte o las circunstancias derivan en inmerecidos resultados, conviene reflexionar profundamente sobre los errores propios.
Y finalmente, un ruego. Aunque haya sido eficaz para construir su victoria, convendría pedir al PP madrileño que abandone ese ombliguismo casposo según el cual Madrid es lo mejor de lo mejor, adonde llegan los mejores y en donde se vive tan bien y con tanta libertad que te puedes tomar unas cañas después de una intensa jornada de trabajo.
Sucede, únicamente, que no tuvieron la suerte de albergar desde hace siglos la corte, el gobierno, el parlamento, los tribunales centrales, la administración general del estado y las embajadas; de ser el kilómetro cero de las grandes infraestructuras y atraer con ese potente imán al poder financiero, empresarial, cultural, científico y periodístico; de albergar los grandes museos, teatros, estadios o universidades, y ser, durante décadas, la mayor puerta de entrada para millones de extranjeros que llegasen a nuestro país. Gobernar tiene mérito, sin duda, pero todo lo demás, quieras o no, cuenta.
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