Era algo habitual durante los compases iniciales del confinamiento más estricto, en ese estado de alarma de 2020 cuya segunda temporada ha llegado este domingo a su fin: en el wasap del grupo de padres y madres de 5ºB, en el de los compañeros del trabajo, en el de la parroquia, en el del vídeo sorpresa para el cumpleaños de Ana o en el de la pandilla del colegio mayor -incluso en todos ellos a la vez- recibías un regalo diario que te daba acceso a un universo maravilloso, casi infinito: un enlace en el que podías leer todos los periódicos del día -nacionales, locales, incluso extranjeros-, y las revistas semanales del corazón, y las mensuales de cine, de pesca, de tendencias, de decoración. Estaba ahí solo apretando el índice contra el teléfono. Mucho más de lo que podrías leer en todo un curso escolar. Y sin pagar un céntimo, claro, que por algo estábamos confinados.
Nadie en su sano juicio iría a un quiosco y tras soltar un efusivo ‘¡Buenos días!’ arramblaría con todo lo que estuviera al alcance de su mano sin sacar la cartera, solo despidiéndose con un todavía más emocionado ‘¡Muchas gracias!’ a quien observara, atónito, detrás del mostrador. Porque entendemos que esas publicaciones tienen un valor, como suelen querer decir esos números delante del símbolo del euro que aparecen en la portada.
Pero eso no pasa, o no ha pasado hasta ahora, con los contenidos que encontramos en internet. Porque durante muchos años, con la cantinela de que la cultura debe ser gratuita y estar al alcance de todos (para eso están las bibliotecas, ¿no?), hemos estado descargando por encima de nuestras posibilidades. Qué bonito era bajarte en una tarde toda la discografía de los Beatles, de los Rolling y de Camela. Qué tranquilidad saber que en ese pincho estaban las obras completas de Tolkien, la saga de Harry Potter, toda Agatha Christie, aunque ni recordaras la última vez que le quitaste el polvo al libro de la mesita de noche. Qué alegría poder ver el último taquillazo de Hollywood un sábado noche en tu casa, sin tener que pagar entrada, solo teniendo que soportar esas cabezas de espectadores que se cuelan de vez en cuando en la imagen borrosa. Minucias.
Por fortuna, sobre todo para los creadores, los tiempos están cambiando, que diría aquel Dylan de quien te hiciste con su discografía vía torrent. Porque ahora algo que todos hemos hecho (quien esté libre de pecado…) sigue siendo posible aunque pagando un precio aceptable. Sí, aceptable, creo yo, por más que haya quien lo sigue viendo caro. ¿Recuerdas cuando hace 15 años pagabas 3 euros por alquilar una película que tenías que devolver en 48 horas? Es la mitad, o algo menos de la mitad, de lo que te puede costar la suscripción básica a una plataforma de cine y series. Y lo mismo si hablamos de la música. Ojo, y nada de esto acaba enterrando lo físico: ahí está el resurgir del vinilo, los cuidados y exquisitos packs de DVD para cinéfilos o la profundidad de la mirada reflexiva y la lectura serena que sigue aportando un periódico en papel.
En ese ejemplo de la tarifa mensual plana ha comenzado a mirarse la prensa que quiere seguir viva y cumpliendo con sus funciones (sean informar, formar o simplemente entretener) a lo largo de la próxima década. Hubo intentonas hace años que no salieron bien, sí, pero por fin hemos aprendido a valorar que detrás de lo que leemos en un diario digital no solo hay amor al arte y al oficio, que también, sino horas de trabajo, esfuerzo, lecturas y relecturas, llamadas, búsqueda de fuentes.
En España, el país de la picaresca, donde si tuviéramos esos expendedores de peli americana que se abren echando un dólar no nos llevaríamos uno sino veintiún periódicos iguales solo por el gusto de hacerlo, nos resulta cada vez menos extraño pagar una suscripción para estar al tanto de lo que sucede a nuestro alrededor (sea ese alrededor tu ciudad o tu país). Todo puede seguir estando a golpe de dedo gordo en el móvil (el dispositivo desde el que más consumimos información) pero con la tranquilidad de que ese gesto, correspondido con una cuota al alcance de nuestro bolsillo, es un salvoconducto que garantiza la vida del medio. Y, al mismo tiempo, genera un vínculo con el lector, del que puede conocer mejor sus gustos, sus preferencias, quién es y qué quiere saber.
Y en esas nos encontramos, en un momento de transformación que, como cualquier cambio, puede arrojar dudas pero también es apasionante, porque se presenta lleno de oportunidades. Si has llegado al final de estas líneas sabrás a qué nos referimos. Porque si escribimos esto, si seguimos aquí como en los últimos 80 años, es por ti, lector, lectora, que te identificas con este periodismo cercano, local, cotidiano, que nos das tu confianza. Algo que hoy, cuando los tiempos han cambiado, no deja de ser aún más extraordinario.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/214417/los-tiempos-ya-han-cambiado