En la marea de artículos y declaraciones explicando la gran victoria electoral de Isabel Diaz Ayuso, del Partido Popular de Madrid, destacó una frase clave de la vicepresidenta socialista Carmen Calvo: “Ha sido una derrota... que no nos esperábamos”. Quizás en esa duda a mitad de frase evitó decir “humillante”. Pero aún así no tiene desperdicio. “No nos la esperábamos”, afirma. Descartando que mintiera, su sorpresa confirma definitivamente que los jefes socialistas llevan mucho tiempo sin subirse a un taxi, sin escuchar conversaciones en el metro o el autobús, sin hablar con jóvenes hastiados por el paro y las restricciones... y sin entrar a restaurantes populares de los que ofrecen en su carta “Patatas a lo Ayuso con un par de huevos”. Cualquier persona informada, con ojos y oídos bien abiertos, intuía que Ayuso iba a arrollar; pero, enfrente, había encuestadores que pronosticaban un empate, estrategas que enviaban al candidato Ángel Gabilondo al matadero e iluminados cortoplacistas que recomendaron asaltar con moción de censura el Gobierno regional de Murcia, sin reparar en que activaban la bomba electoral de Madrid. Faltó inteligencia emocional, sobró cortoplacismo y sloganes trasnochados. Más sociología, más psicología y menos política de salón.
“Los números daban en Murcia para acabar con la derecha en el Gobierno al sumar diputados socialistas y de Ciudadanos, pero el PP corrupto contraatacó comprando parlamentarios tránsfugas”, fue la explicación oficial de la izquierda. Bueno. Pero hay otra: en Ciudadanos había dos diputadas enfrentadas a muerte; una debía ser la presidenta y se disponía a liquidar a la otra y eso se sabía en la pequeña Murcia. Así que no es seguro que el número dos del PP tuviera que comprar literalmente a nadie. Debió bastar con una pregunta: “¿Tú prefieres ser mañana mismo consejera del Gobierno o cadáver político?” Más análisis emocional y menos aritmética conspirativa.
Isabel Diaz Ayuso está en deuda con los estrategas socialistas que le facilitaron convocar elecciones en Madrid por la afrenta de Murcia y que no detectaron el estado anímico de la población después de un año largo de pandemia y paro. Frente a la ansiedad agotadora y el deseo de recuperar la primavera cotidiana, Ayuso ofrecía cercanía y frases sencillas, inspiradoras, incluso simplonas a veces. Simplificación trumpista, se ha etiquetado. Quizás. Mientras, los socialistas siguieron el juego a Pablo Iglesias que lanzó la máxima de “Fascismo o democracia”. Un despropósito. Madrid no es fascista, aunque se inclinara ahora por la derecha populista, incluso en los barrios obreros, y ofreció un espectáculo democrático al votar en paz el 75 por ciento del censo. Los únicos sobre actuados fueron los ultraderechistas de Vox y el propio Pablo Iglesias que acabó saliendo de la política institucional. En su discurso reconoció que generaba mucha más animadversión de la que imaginaba. “Hubiera votado al socialista Gabilondo porque es solvente y honesto, pero no para que se aliara después con Iglesias”, explican algunas personas. Le puede pasar a Pedro Sánchez en dos años. Pero aún no hay nada seguro.
Lo único cierto es que ha comenzado en Madrid, en torno al PP, la reunificación de la derecha española. Ciudadanos se desvanece y Vox se mantiene, con un leve crecimiento. Antes, para gobernar Madrid se necesitaban sus votos; ahora solo su abstención. Madrid es muy importante, tanto como la séptima parte de España. Pero solo es la séptima parte. Veremos.
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