Aceptando que los aquelarres tumultuarios de jóvenes ebrios nacieran de la necesidad de tomarse un respiro al decaer las limitaciones del estado de alarma, ello no contradice la realidad de que ese respiro equivaldrá a la asfixia, a la suspensión definitiva e irreversible de las respiración, de cientos o miles de personas. O dicho de otro modo: las turbas festeras que, sin máscara ni distancia ni conciencia, atronaron la noche del sábado al domingo, no solo dejaron esparcido su detritus de plásticos y cristales, sino también, y principalmente, el virus que sigue matando e hiriendo en un país con la mayor parte de su población sin vacunar y que se halla en riesgo extremo.
La cortedad o cobardía del Gobierno, que al consumirse el plazo del estado de alarma no supo o quiso arbitrar una alternativa eficaz para la protección de la ciudadanía. ora extendiendo ese plazo, ora dotando a las autonomías de instrumentos avalados por la seguridad jurídica, no estorba para calificar la conducta de los disfrutadores de la "libertad" ayusiana de propia de hordas sin conciencia y sin corazón. Imbuida de la idea, corriente entre los jóvenes, de que no han de morirse nunca, la chusma botellonera estrelló su boba inmortalidad contra la salud y la vida de los más vulnerables, entre los que, por lo demás, deben hallarse no pocos de sus componentes.
No se trata, ciertamente, de criminalizar a la juventud, pues ni esa del "ocio nocturno" y alcohólico representa a toda, ni juventud es sinónimo de débil resonancia emocional, sino de preguntarse qué clase de generación hemos creado, tan abonada al egoísmo, al capricho y al bebercio. Diríase que queda más allá de sus posibilidades ensayar ese poco de auto-sujeción que, en las actuales circunstancias, tanto puede ayudar a sus mayores no solo a sobrevivir a la pandemia, sino a proporcionarle el respiro que también necesitan y merecen.
La profanación de la palabra libertad al designar con ella la irresponsabilidad, el narcisismo y al sálvese quien pueda, consagra la destrucción del principio básico de la civilización, el de la solidaridad y el apoyo mutuo. A esos jóvenes a los que se la suda todo, cuando dejen de serlo o se vean en apuros, diezmadas las filas de sus mayores, ¿quién les salvará?
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