El mercado inmobiliario se activa. Comprar vivienda se complica porque se venden enseguida. El tráfico rodado aumenta. Las empresas recuperan negocio. Las agencias de viajes y la hostelería sonríen, aunque el turismo internacional aún se resiste. Pero llegará en julio y agosto porque España vacuna cada día al uno por ciento de su población. En tres meses, otra vida.
Mientras eso sucede, la política vive un tiempo de espera. Desesperante ya en Cataluña porque el independentismo no ha logrado formar gobierno en tres meses. Puigdemont exige que el Presidente de la Generalitat dependa del Consell de la República en el exilio que él encabeza y solo los suyos reconocen. Existe otra combinación para no repetir elecciones: que Esquerra Republicana acepte votos del Comuns (de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau), con abstención de los socialistas, aunque estos ganaron en número de votos. Pero Esquerra no se atreve a contrariar a Puigdemont. Enfurecería a las organizaciones tipo Omnium y Assemblea Nacional Catalana. “Sacar la gente a la calle con el Procés fue lo fácil; el problema es meterla en casa otra vez”, estima Marcelino Iglesias, ex presidente de Aragón.
En Madrid se digiere la victoria arrolladora de la popular Isabel Díaz Ayuso mientras se condena a su partido por mantener años atrás una caja B con dinero negro que sirvió para pagar sobresueldos, la sede del partido y dopar los procesos electorales. Se echa la culpa al pasado aunque todos los ex altos cargos lo niegan, léase Aznar, Rajoy y Esperanza Aguirre. Pagarán unos pocos.
Pero espoleados por esa victoria, los populares se ven cada vez más cerca de la Moncloa. El gran problema es la credibilidad. Su argumento principal es que Pedro Sánchez tiene la culpa de todo: antes por declarar el estado de alarma por la pandemia y ahora, aunque la situación mejora, por no declararlo. Extraño que Casado no lo acuse de la caída del cohete chino desintegrado.
En el PP, sin embargo, no solo están Isabel Diaz Ayuso y Pablo Casado. El presidente gallego, Alberto Núñez Feijóo reclama de España y del PP un cambio de ciclo político, más occidental, más europeo. No hay que alarmarse aún por recordar que está ahí, leal pero critico; por si acaso, que Casado tome nota.
El Gobierno de Pedro Sánchez, entretanto, lo fía todo a la recuperación económica y a la contención del virus. En los dos frentes le va bien. Mientras sueña con la llegada de los fondos europeos de ayuda, disfruta del relajo ambiental por la salida del Pablo Iglesias que lo tensionaba todo. Antes que populista, Iglesias era y es pablista. Su sucesora en la vicepresidencia, que no en el partido, Yolanda Díaz, es más eficaz en la gestión y firme en sus propuestas de izquierda. Hasta podría ser más rival de Pedro Sánchez, pero faltan dos años para las elecciones. Y en ese tiempo, a la velocidad que va todo, el cuadro político español y el mundial será bien distinto. Angela Merkel se marcha; Estados Unidos, con Biden, ha vuelto; el poderío chino no deja de crecer y la partida política y comercial se desplaza al Pacifico. Europa, antes central, tiende a la periferia del mundo. Y en su interior, España, con Alemania, Francia e Italia, está llamada a ocupar el papel estabilizador que desempeñaba Reino Unido. Sánchez quiere hacerlo. Nuñez Feijóo también. Eso no son batallitas domésticas.
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