Ando disgustadillo con el rey de Marruecos porque me ha fastidiado la columna de hoy. Había comenzado a escribir sobre Zuchelbel, el inventor de facebook y dueño actual de whatsapp, quien desde hace semanas nos quiere obligar a sus súbditos digitales a aceptar sus caprichosas leyes secretas o de lo contrario sufriremos destierro.
Y de repente, llega la ‘marchita verde’ como agua de mayo sobre Ceuta y me obliga a cambiar. No lo haré del todo, porque vivo en una democracia y puedo negarme y criticar. Todo lo contrario a las redes sociales. Ojalá este chantaje de guasap nos aliente a una ‘marcha verde’ digital y nos quitáramos de encima así los insufribles grupos de amigos, hermanos, ampas del colegio o militares retirados.
Los déspotas comparten más cualidades aparte del chantaje, se suelen rebotar. Zucherkel lo hizo muy joven cuando le dejó una novia. Este talento informático de Harvard apaciguó su rabieta sustrayendo de los servidores del campus cientos de fotos de sus compañeras universitarias, que luego hizo públicas en una web que llamó ‘facemash’ y en donde el hoy multimillonario animaba a puntuar y elegir a la chica “mas caliente”. A partir de esta ‘noble y humanista’ idea nació facebook, que impulsó las redes sociales a principios de este siglo XXI. Tras su éxito engulló otras aplicaciones semejantes como Instagram y Whatsapp.
El déspota del ‘me gusta’ nos tiene ahora cogidos por las gónadas digitales y nos aprieta a capricho. Nos obliga a aceptar sus condiciones, sus deseos de rey emoji sol que nadie puede descifrar con claridad.
Al menos no nos envenenará al darle ‘borrar’ como suele hacer Putin o Kim Jong-un con sus disidentes. O como querría que hubiéramos hecho el otro déspota con su enemigo polisario. “Hay actos que tienen consecuencias”, declaró el martes la embajadora de Marruecos. El rebote de Mohammed viene porque la sanidad española estaba curando en secreto a un enemigo enfermo de Marruecos, jefe del Polisario. ¿Qué tendría entonces que hacer España con Bélgica por Puigdemont?
Ni políticos ni ciudadanos vimos venir a uno y a otro déspota, les dejamos hacer e imponer su ley, su chantaje, como a los cuatreros en el ‘far web’. Los tiranos informáticos multimillonarios han creado estados paralelos en los que imparten una justicia que ya hubieran querido para si Stalin y Hitler. Cuando quiere y como quiere, facebook te censura y exilia por subir fotos de la Venus de Milo o de la Maja Desnuda de Goya.
No hace falta comer niños como Idi Amin para que un déspota desprecie la infancia, su inocencia y su infinito potencial de humanidad. El déspota sin fronteras ha inventado un mundo virtual en donde, como cómplices, hemos hundido a nuestros hijos e hijas, y los hemos condenado a no tener interés por la realidad, y a que vaguen por ella sin rumbo como los niños marroquíes por las calles de Ceuta.
Al déspota con fronteras tampoco le ha importado que arriesgaran sus vidas en el frío mar de Ceuta miles de niños y jóvenes. Es normal que los saque del colegio y los lance contra la frontera de España. Predica con el ejemplo porque su hijo heredero ha estudiado en palacio y no pisó un colegio. Días atrás cumplió 18 años y se negó a que le besaran la mano, un gran logro de la pedagogía marroquí hacia la democracia.
Niños marroquíes mojados, corriendo sin rumbo y gritando “¡Viva España, viva España!” antes de acabar apilados en una fría nave de Ceuta. Parece uno más de los absurdos ‘challenge’ o un ‘tik-tok’ del otro reino despótico, el que no tiene fronteras. Los déspotas Z y M se juntan en sus tiranías del absurdo en las que nuestros niños son las víctimas más conmovedoras.
Afortunadamente, España es una democracia plena y aquí no les han recibido ni a tiros ni con malos modos sino con la humanidad y profesionalidad que nuestros excelentes militares, guardias civiles, policías y voluntarios han demostrado.
Yo era un niño como los casi mil abandonados en Ceuta, usados vilmente por Marruecos y por VOX, cuando en Almería bromeábamos con el ‘agua del ayun’. De repente salió por la tele la llamada ‘marcha verde’. Era otra estratagema oriental para invadir el desierto del Sahara, como la de las redes sociales. Nadie se imaginó entonces que medio siglo después el calendario iba a unir a dos déspotas tan dispares, uno sin fronteras y otro con fronteras.
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