De acuerdo con las cuentas de Pedro Sánchez, nos quedarían ahora mismo novecientos treinta días (31 meses) de Legislatura presidida por el propio Sánchez. Puede que el actual presidente lo siga siendo todo ese tiempo y que esta previsión se cumpla, porque aquí ya cabe casi todo, aunque algunas encuestas digan que el Partido Popular ya ganaría por milímetros al PSOE. Lo que es por completo imposible es seguir acariciando, como algunos oficiosos --hay muchos, conste-- acarician, el sueño de que vamos a tener en esos 930 días con sus correspondientes noches el mismo elenco de ministros. En La Moncloa no se habla, dicen, de crisis o remodelación ministerial alguna; pero los posibles (o probables) cambios en el Gobierno han comenzado a ocupar titulares de prensa. Porque lo lógico y hasta lo inevitable es que haya ministros/as que se vayan. Y otros/as que lleguen. Así, el Ejecutivo no puede seguir, simplemente.
Aquí todo se cuenta por días: los ochenta que quedan para la 'inmunidad de rebaño' o incluso los que nos restarían hasta ese El dorado que La Moncloa sitúa en 2050, algo más de diez mil quinientos ochenta. Y cada jornada trae, en el mundo pero muy especialmente en España, alguna noticia que es casi una bomba y que debería obligar a casi cotidianos replanteamientos a fondo en las políticas gubernamentales. Tome usted, por acudir a lo más reciente, el caso de Ceuta y Melilla, agravado por el hecho de que el ya no tan flamante presidente americano ni se ha puesto al teléfono hasta ahora con Sánchez. ¿De veras no debería eso hacer reflexionar sobre un cambio de rumbo de la diplomacia española, incluyendo el rostro, siempre amable eso sí, de su principal titular?
Y ahora que hablamos de días: cada noche estudio la agenda de los ministros para las horas siguientes. Hay ocho ministerios que habitualmente ni aparecen en el recuento de las actividades oficiales, más allá de que sus titulares ofrezcan una entrevista a un medio de comunicación o realicen una visita protocolaria con nula repercusión. Se registra, en fin, escasa actividad. Y no me negará usted que son muy pocos los ciudadanos que podrían ahora mismo recitar los nombres de los ministros/as de Cultura, Turismo o Ciencia, más allá de que uno sea astronauta y otra haya estado a punto de abandonar el Gabinete para dedicarse a 'vicepresidir' una Comunidad Autónoma --si hubiese ganado las elecciones, claro--, tras una escandalera injustificada por haber recibido una carta-navaja enviada por un perturbado.
Otros ministros/as son noticia por sus desaciertos o por su notoria incapacidad para figurar en un Gobierno de un país importante como España. Otros, que sí son notorios y que han tenido una destacada trayectoria política, y estoy pensando en Miquel Iceta, no se sabe a ciencia cierta qué es lo que hacen ahora. Y están, claro, quienes sí hacen cosas y, además, se sabe que las hacen y por qué las hacen, incluso acertando más que ocasionalmente: las vicepresidentas --aunque una, Yolanda Díaz, solo lo sea nominalmente--, los/as titulares de Defensa, Agricultura, Seguridad Social, Hacienda --aunque su éxito como portavoz gubernamental sea francamente descriptible--, Sanidad y algún/a otro/a, que lo numeroso de los ministerios haría que un recuento exhaustivo excediese los límites de este comentario. Y hasta es posible que a algún ministro/a ni lo recuerde en este momento: ¿había uno en Universidades, dice usted?
Obligado sería entender que este Gobierno ha pasado por durísimas experiencias, no solo derivadas de la pandemia. El desgaste ha sido abrumador. Y forzoso es considerar que la coalición suscrita con el desaparecido de la política Pablo Iglesias ha saltado en pedazos aunque no se quiera reconocer así. La propia Unidas Podemos se enfrenta a una reestructuración seria tras la marcha --que fue realista y valiente, hay que reconocerlo-- de su líder, que encabezaba todos los rankings de impopularidad imaginables: así, ministras como la recién incorporada Belarra o Irene Montero, o el de Consumo, que son herencia directa de Iglesias, no tienen ya razón de ser.
Toca reconstruir todo un país, toda una teoría y una praxis de la política, todo un entramado de relaciones con las instituciones, con Europa y con el mundo; hay que restaurar la separación de poderes y ver cómo se encara, desde todos los partidos, todo lo que signifique la 'era pospandemia'. Y esa enorme tarea, que tiene mucho de variar talantes y talentos, me concederá usted que no se puede realizar con la estructura ministerial que tenemos. Ni de broma, aunque a veces parezca que están de broma.
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