José Luis Masegosa
01:00 • 16 ene. 2012
Entre los amigos y compañeros sufridores de la actual situación de desempleo pervive la sensación de impotencia que arrojan las crueles cifras de la encuesta de población activa. Casi todos se sienten víctimas inocentes de un problema que no han creado y, además, con frecuencia caen en la irremediable vereda de la frustración y el desánimo. Casi todos, menos una astuta y sagaz profesional que, pese a los dilatados años de experiencia, confía a pies juntillos en su intuición femenina. Cuando Estefanía dio un palmetazo al dispositivo de alarma de su despertador para librarse de los desagradables y ensordecedores pitidos que le anunciaban una nueva jornada de búsqueda de empleo, supo que aquel día la llamarían del singular semanario de sucesos por el que tanta curiosidad había sentido desde niña, cuando jugaba en aquel andén coqueto de la vieja estación ferroviaria de Almanzora, bajo la marquesina grisácea de infinitas despedidas decorada. Nunca olvidó aquellos caracteres tipográficos tan grandes, tan llamativos, en rojo y negro, tras los que adivinaba las gafas de su abuelo por cuyas lentes desfilaban en una macabra pasarela los más execrables crímenes, las mayores atrocidades del ser humano y las más insólitas curiosidades que sucedían en aquella España borracha de transición e incertidumbre.
Hacía tres años que la inquieta periodista pasaba el tiempo dedicada a enviar curriculums y solicitudes de trabajo. Pero aquel día comenzaba a ser decisivo. Poco después de las diez de la mañana sonó el teléfono móvil de Estefanía y fue convocada unas horas más tarde en el despacho del gerente del semanario, pues los directores de los medios ya no se entrevistaban con los redactores y periodistas. A última hora de la tarde la sesuda redactora abandonaba la sede de “El Caso” con un nuevo empleo bajo el brazo. Su corazonada había tardado en hacerse realidad, pero funcionaba. Sus compañeros de vivienda no compartían esa capacidad adivinatoria de Estefanía que se adelantó a los acontecimientos de aquella jornada, pues hasta cierto punto entraba en la lógica que llamaran a la periodista cuando la conocían de su época de prácticas, y cuando la publicación valoraba a profesionales experimentados. Estefanía consideraba que estas reflexiones de sus compañeros eran historias, pues no hay por qué razonar todo, ni demostrar nada. Es así, y en paz.. Estaba convencida de que tenía una percepción de la realidad más inmediata, más global, que sostenía constantemente en las emociones y en los sentidos. Estefanía decía que tenía intuición femenina.
Hacía tres años que la inquieta periodista pasaba el tiempo dedicada a enviar curriculums y solicitudes de trabajo. Pero aquel día comenzaba a ser decisivo. Poco después de las diez de la mañana sonó el teléfono móvil de Estefanía y fue convocada unas horas más tarde en el despacho del gerente del semanario, pues los directores de los medios ya no se entrevistaban con los redactores y periodistas. A última hora de la tarde la sesuda redactora abandonaba la sede de “El Caso” con un nuevo empleo bajo el brazo. Su corazonada había tardado en hacerse realidad, pero funcionaba. Sus compañeros de vivienda no compartían esa capacidad adivinatoria de Estefanía que se adelantó a los acontecimientos de aquella jornada, pues hasta cierto punto entraba en la lógica que llamaran a la periodista cuando la conocían de su época de prácticas, y cuando la publicación valoraba a profesionales experimentados. Estefanía consideraba que estas reflexiones de sus compañeros eran historias, pues no hay por qué razonar todo, ni demostrar nada. Es así, y en paz.. Estaba convencida de que tenía una percepción de la realidad más inmediata, más global, que sostenía constantemente en las emociones y en los sentidos. Estefanía decía que tenía intuición femenina.
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