Pablo Casado, al menos tanto como Pedro Sánchez, se la juega este mes de junio, que se nos echa encima lleno de acontecimientos más o menos previsibles. Cuando este martes se cumplen tres años de aquella moción de censura que dio con los huesos de Sánchez en La Moncloa, el presidente del Partido Popular es sin duda consciente de que, en este tiempo, han desaparecido del mapa político su antecesor Mariano Rajoy; el jefe de Ciudadanos, Albert Rivera, y hasta el de Podemos, Pablo Iglesias. El líder de la oposición, que en este cuarto de hora está aupado por las encuestas, ha de afinar el tiro si quiere no solo no engrosar la lista de los caídos, sino, por el contrario, reforzar sus posibilidades de alcanzar la Presidencia del Gobierno.
Los nuevos y algunos no tan nuevos asesores de Casado le aconsejan evitar la imagen de que se echa en brazos de Vox, sin mezclarse con Abascal ni siquiera a la hora de repudiar los indultos a los presos catalanes.
Esta semana, en la que no hay sesión de control parlamentario al Gobierno, Casado tiene un par de comparecencias públicas previstas en su agenda, una de ellas la asistencia a uno de esos desayunos ante medios de comunicación, dirigentes de su partido, empresarios y líderes sociales. Una oportunidad de oro para definir posiciones, tras la a mi modo de ver errónea aceptación de asistir, en la plaza de Colón el próximo 13 de junio, a una manifestación conjunta del 'centro derecha' con la 'derecha dura', de la que Casado tanto ha tratado desmarcarse, consciente del daño que hace a sus posibilidades. ¿Será esta que comienza la semana del 'casadazo', el gran manifiesto de 'los populares' definiendo el futuro? Podría serlo.
Todo el mundo sabe que el más probable presidente del Gobierno tras Sánchez, ocurra eso cuando ocurra, es Pablo Casado. Ha ido ascendiendo lenta, muy lentamente, posiciones en el aprecio de la opinión pública y de la publicada. Pero el líder de la oposición aún no ha consolidado una toma de posiciones demasiado clara acerca de cómo combatir al 'sanchismo' que está, en opinión de muchos, yendo demasiado lejos: ¿guerra sin cuartel, aprovechando la reacción contraria en toda España --Cataluña excluida, claro está-- a la posible concesión de indultos a Junqueras y compañeros? ¿Colaboración crítica para ayudar a Sánchez a sacar la pata que ha metido en arenas movedizas? ¿Seguir con el tono reñidor y admonitorio sin aportar otras salidas? Y todo esto, ¿a cuánta distancia de Vox, que, como le ocurre a Sánchez con Podemos, es aliado indeseable pero necesario?
Quizá ambos, Sánchez y Casado, deberían meditar juntos acerca de hasta qué punto comparten este problema de los socios inconvenientes pero aparentemente --aparentemente-- imprescindibles. Claro que Vox no presenta hasta el momento fracturas internas, y Podemos, abocado a su renovación de la mano de la escasamente carismática Ione Belarra, sí. Así que las espadas siguen en alto. Lo único constatable es que vuelven las fiestas y las barbacoas, el público a los estadios, las bodas, es decir, una normalidad controlada, y lo único verdaderamente anormal en España es la política, cada día más distanciada de los ciudadanos. ¿No justificaría eso al menos un encuentro sincero, largo, lo más cordial, generoso y patriótico posible, entre el inquilino de La Moncloa y el aspirante a habitarla? ¿No sería deseable ese debate sobre el estado de la nación --lleva seis años sin producirse, que ya es decir-- que clarifique tantas cosas que permanecen emborronadas?
Quedo, en fin, ya que un 'sanchazo' de verdad no llega, a la espera del 'casadazo'. Que en algún momento tendrá que producirse, digo yo.
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