No celebro la apertura en Vitoria de un memorial a las víctimas del terrorismo. Todo lo contrario, me llena de infinita tristeza. Un museo lleno de fotos, audios y objetos no ayudará a devolvernos la memoria ni a que recuperemos lo que ya hemos olvidado.
Al día siguiente de su inauguración, todos los diarios nacionales eligieron la fotografía de los reyes dentro de la réplica del zulo en el que el canalla etarra Bolinaga quería dejar morir a Ortega Lara tras casi dos años de tortura.
Me temo que esa instantánea anticipa los miles de ‘selfies’ que se harán jóvenes y mayores, sonriendo, poniendo morritos o haciendo la señal de la victoria. El periodista relata en su crónica el gran logro, cómo se ha reproducido hasta el último detalle de aquel habitáculo: con una taza, una estantería, un poster de una playa. Hoy se conservan esos objetos y hace semanas se destruían otros en el patio del colegio Duque de Ahumada. “Este acto contribuye a dignificar la memoria de las víctimas”, afirmaba Pedro Sánchez antes de que una apisonadora eliminase 1.377 armas de ETA. Entonces, la superficialidad del acto fue groseramente gélida, de una ligereza trágica. Los objetos no hablan, no recuerdan.
Hace años que hemos olvidado aquel carrusel de asesinatos crueles. Colegios e institutos de toda España prefieren enseñar a nuestros adolescentes el poliamor y el género no binario antes que la historia real de este país.
Ha tenido que ser la ficción, con la novela ‘Patria’, la que ha devuelto la mirada hacia atrás a millones de españoles. Lo mismo con algunos excelentes documentales, como ‘1980’ o ‘Desafío: ETA’. Tenemos que recordar a tantos muertos inocentes a manos de ETA que hemos dejado de seguir el santoral de nuestra democracia.
Muchos no olvidaremos jamás imágenes como la de aquellos militares acurrucados sin vida en los asientos de su coche, o cómo compartimos a través de la tele la angustia y desconcierto del padre de Miguel Angel Blanco llegando a su casa , o la mirada perdida de Ortega Lara, o las gafas del ingeniero Ryan. Nunca olvidaré aquellas gafas junto al cuerpo ensangrentado de aquel ingeniero secuestrado y asesinado en 1981 por trabajar en la central nuclear de Lemóniz. Pocos periodistas se acordaron de que era el cuadragésimo aniversario de aquel asesinato mientras la apisonadora pasaba por delante de Pedro Sánchez.
Ahora, la inauguración de este memorial en Vitoria ha coincidido con el trigésimo aniversario del atentado de ETA contra la casa cuartel de Vic, en Cataluña. Ningún político acudió al acto de recuerdo de aquellos diez inocentes muertos, cinco de ellos niñas. Estaban jugando en el patio de la casa cuartel cuando los etarras dejaron caer un coche bomba con 200 kilos. El terrorista accionó el botón mientras observaba que jugaban en el patio. Hoy solo queda en el lugar un frío solar que sirve de aparcamiento y en un lateral un cartel sucio que reza: “En record de totes les victimes del terrorisme”. Los objetos no sienten. La barcelonesa Vic es hoy un bastión independentista, aquel con decenas de cruces amarillas plantadas en su plaza mayor.
Hoy se habla del probable indulto a políticos como Junqueras y se compara con el que recibió el paisano José Barrionuevo, que tanto luchó contra ETA. Ya puestos a comparar recuerdo que ETA era independentista también y que en cada uno de sus asesinatos exigía el ‘derecho a decidir’ del pueblo vasco. Pocos se han atrevido a recordarlo estos años del procés catalán. Ojalá las gafas ensangrentadas de Ryan estuvieran en este memorial de las víctimas del terrorismo y que los visitantes se las pudieran poner para ver el horror nacionalista.
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