Llevaba tanto tiempo oyendo hablar del maltrato psicológico, de lo difícil que es percibirlo y demostrarlo judicialmente, aunque esté recogido en nuestro código penal, que una mañana me puse a leer un artículo que se titulaba las siete frases indicativas de este maltrato y añadía además un ejemplo significativo: cuando tu pareja te saca el tema de una infidelidad que cometiste hace años y te hace sentirte mal por eso, realmente se trata de una cortina de humo para esconder la infidelidad que él está cometiendo ahora.
Después de leer esto sentí como una puñalada trapera en las entrañas. Precisamente el día anterior una amiga mía se encontraba destrozada porque su marido le había sacado un suceso ocurrido en 1997, cuando ella le acompañó a un viaje y durante su estancia en la República Checa se enamoró de un artista eslovaco, con el que simplemente hablaba en las comidas y excursiones, que se hacían siempre en público, pero ella lo vivía de una manera especial. Lo curioso de esta relación es que ninguno de los dos hablaba el idioma del otro y mi amiga tampoco sabía inglés, sin embargo, llegaban a entenderse totalmente y esa comunicación le alucinaba a mi amiga.
El pintor eslovaco captaba el significado de la frase en español y la traducía al eslovaco para luego enseñársela a ella, incluso por escrito. Este amor platónico se completaba con miradas y sonrisas. Qué feliz era mi amiga de verlo y sentarse a su lado. Por eso no comprendía que más de veinte años después su marido le echara en cara esa situación idílica que plasmó años después en un poema. Incluso le recordó con sarcasmo el título del poema en eslovaco. Mi amiga se quedó a cuadros.
Con estos antecedentes creció mi interés por conocer la película Gaslight, de la que dicen que proviene el término Gaslighting, o abuso emocional, o manipulación. A pesar de ser de 1944 conseguí descargarla y verla una noche en blanco y negro, con una Ingrid Bergman deliciosa interpretando a la perfección la angustia y la ansiedad de quien confía en alguien que la está volviendo loca, aislándola del mundo y haciéndole creer que no vale nada.
Qué bueno me pareció el grito de una mujer en el homenaje en Chipiona: ¡yo soy Rocío Carrasco!
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