Queridos alumnos. Ha acabado el curso y aprovecho este rincón para escribiros una carta de despedida. Os echaré de menos. Me hubiera gustado haberla metido en sobres para que la recibiérais en los buzones de casa. Como cuando os he hecho oír la radio en directo en clase a primera hora de la mañana. Cosas que no hacéis, de un mundo antiguo que me he empeñado en que conozcáis.
Sabéis que éste ha sido un curso irrepetible, pero no por ningún virus sino por vosotros, porque sois irrepetibles. Todas las personas lo somos y esa es la base de la educación. Profesores y alumnos, uno a uno, frente a frente. Así os hemos tratado los profesores, como seres humanos únicos y no solo como nombres que rellenan los mil formularios de la burocracia pedagógica.
Con el paso del tiempo quizás me olvide de vuestros nombres. No os lo toméis a mal. Es lo normal, eso es el tiempo, que es algo imposible de enseñar. Pero nunca me olvidaré de vuestras fortalezas y debilidades. No olvidaré vuestras miradas de asombro y desconcierto ante lo nuevo y extraño o esos ojos abiertos y brillantes que reflejaban el placer de vuestras mentes al comprender algo difícil como el ser y la nada de Parménides.
Todos nos hemos esforzado para que la pandemia no acabara con las clases.Os dije en septiembre que este iba a ser un curso muy emocionante para mí porque volvía a mi instituto cuarenta años después, esta vez como profesor. Ha sido así y más.
Comenzaban los años 80 y en clase comentábamos todo lo que pasaba fuera de ella: la irrupción de MacEnroe, la llegada del divorcio, ‘El Muro’ de Pink Floyd, la Movida, el golpe de Tejero, las guerras en Nicaragua y El Salvador, la crisis de los misiles en Europa, la llegada de Felipe al Gobierno, el no a la OTAN, la guerra de las Malvinas y el inicio de la objeción de conciencia.
Entonces queríamos cambiar ese mundo y hoy, en cambio, hay quien se empeña en que no salgáis del vuestro, rentable e inalterable. No es vuestra culpa. Os han robado la realidad a la que os enfrentaréis aunque no queráis y se os hace creer que todo es virtual o hiperreal.
Educar hoy es antes que nada el deber ético de pinchar esa burbuja artificiosa que os envuelve, que nos va envolviendo también a los adultos. Eso no es agradable. Desconfiad de quienes os protejan en exceso, porque os dejarán débiles y sin armas para vuestras vidas. Eso hace la ministra Celaá, que no quiere que haya suspensos y que los profesores os “acompañemos emocionalmente” no sé a dónde.
Esforzaos siempre. Aprended de vuestros errores y aceptad las críticas. Desconfiad de las propias emociones porque son ventanas por las se colarán los ladrones de vuestras almas. Comprended que lo que gusta o divierte no es criterio de lo bueno y conveniente. Tened paciencia siempre. Buscad y soportad el aburrimiento. Entonces llamad a la imaginación.
No os obsesionéis con las notas sino con vuestro trabajo y esfuerzo, entonces llegarán sin buscarlas. Buscad rutinas. Si en el gimnasio son buenas, mejores aún lo son para vuestra mente y carácter.
Hablad sin prisas, escuchad atentos. No despreciéis lo que no comprendáis. Recordad que las personas son siempre más importantes que las ideas. Sed amables. No juzguéis a nadie para condenarla. Todos somos iguales, en dignidad y libertad. Ya se lo dijo Don Quijote a Sancho. Cuidad la libertad, la vuestra y la de los demás.
Recordad que todo problema es complejo. Reíros y haced reír. Hablad con vuestros abuelos y abuelas, pedidles que os cuenten sus vidas. Leed más, mucho más, no siempre en el teléfono móvil. Sacad un libro antiguo de la biblioteca y descubriréis que las palabras viven y huelen a tiempo. Entonces recordad que nuestro instituto se llama Celia Viñas, como aquella genial profesora que llevaba a sus alumnos en barca al mar para descubrir la realidad a través de la poesía y el teatro. Tras morir a los 39 años un 21 de junio de 1954 sus alumnos la acompañaron por última vez a la puerta de nuestro instituto. Y ya no la olvidaron jamás.
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