El ilusionista nos tiene en un tris

El ilusionista vende éxitos, que los hay, y minimiza fracasos, que por supuesto existen

Fernando Jáuregui
07:00 • 04 jul. 2021

“Estar en un tris” es una expresión que se utiliza, según el diccionario, “para indicar que una cosa no sucede o se realiza por muy poco”.



Y Pedro Sánchez nos tiene en un tris: intuimos que van a ocurrir cosas, pero o nunca acaban de pasar o, si de veras se consuman, no acabamos de enterarnos, merced a una política de especial opacidad, de hasta qué puntos nos afectan. El presidente es, así, una especie de prestidigitador, que nos mantiene absortos con unos trucos de magia en los que no acabamos de saber dónde termina el ilusionismo y dónde comienza la realidad.



A Sánchez se le puede acusar de muchas cosas, excepto de no hacer nada. “Estamos trabajando” en tal cosa o tal otra es una de las muletillas preferidas del presidente, junto a la acusación dirigida a la oposición en el sentido de que “no arriman el hombro”. El mago nos fascina con su hiperactividad hasta el punto de que se nos hace muy difícil seguir en profundidad todo el espectro de temas que acomete: ley ‘trans’, pensiones, reforma laboral, reforma de la ley de seguridad nacional, salario mínimo son temas que permanecen como en segundo término, opacados por las grandes polémicas sobre los indultos, el Tribunal de Cuentas o el alcance de un posible referéndum (constitucional) en Cataluña.



El ilusionista aparece rodeado de personajes internacionales -Ursula von der Leyen, Antonio Guterres_ que elogian sin recato, cuando vienen a España, la labor del Gobierno, lo cual resta el foco a posibles futuros, pero inminentes, varapalos de los tribunales europeos a los jueces españoles.



Pero eso no importa mucho al ilusionista, empeñado en una batalla ni siquiera ya subterránea contra el gobierno de esos jueces.



Al ilusionista no le gustan los fisgones, y por eso ralentiza en lo posible la labor del Parlamento, y no digamos ya la de los periodistas. Prefiere gobernar por decreto, aunque luego, siempre demasiado tarde, el Tribunal Constitucional (que tampoco le gusta) se lo reproche: el mal, o el bien, según quién lo mire, ya está hecho. O está, ya lo he dicho, a un tris de producirse.



El ilusionista vende éxitos, que los hay, y minimiza fracasos, que por supuesto existen. Y estamos a un tris de creer en su magia o, por el contrario, de desconfiar en todo cuanto emprender, como perteneciente a una ensoñación. Es imposible aprehender todo el cambio que parece cernirse sobre los ciudadanos, desde los ‘baby boomers’ hasta los ‘milennials’.



Pero miras a tu alrededor y de pronto percibes que ya casi nada es como era hace tres, cuatro años. Y no te ha dado tiempo, con todo lo que estás viendo y viviendo en medio de los fuegos artificiales, de darte cuenta de las inmensas mutaciones, dignas de la metamorfosis de Kafka, que se han operado en ti, y son ya irreversibles.


Por eso, pedirle al ilusionista que, por ejemplo, convoque un debate parlamentario sobre el estado de la nación, para hacer un repaso de quiénes somos, de dónde venimos y, sobre todo, a dónde vamos, o solicitarle ruedas de prensa ‘de verdad’, con repreguntas, es como pedirle a un mago famoso que nos explique los trucos con los que nos engaña: entonces la magia, denunciada a veces con poco arte dramático desde la oposición, está a un tris de perder su encanto.


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