José Luis Masegosa
23:10 • 22 ene. 2012
La radio nacional, la radio pública, la radio de todos los ciudadanos de este país celebra desde la semana pasada su setenta y cinco aniversario. Una efeméride que los actuales rectores de la emisora han querido compartir con los ciudadanos, radioyentes o no, por lo que han organizado un vasto y variado programa de actividades que hace camino al andar con su estudio móvil por la geografía patria para cantar, contar y estar contigo. Las voces de antes y de ahora se han unido en una empresa común para que nadie ignore desde ahora que hace setenta y cinco años hubo un día en el que bajo la fórmula del monopolio, al igual que en la mayoría de los paises europeos de nuestro entorno, la voz de un actor y militar, Fernando Fernández de Córdoba, abrió a los oídos de la ciudadanía la señal de una emisora radiofónica a la que restaba una larga y dilatada trayectoria plena de luces y de sombras, las luces del servicio público de un medio de comunicación, y las sombras de su intencionada utilización por el poder político.
En esta última semana, con motivo del aniversario de Radio Nacional de España, un quisquilloso estudiante de Comunicación, a la sazón oriundo de un municipio almeriense, indagaba en mi razonamiento durante una clase de Programación acerca del por qué de la relevancia del cumpleaños de la emisora nacional. Estudios, tratados y ensayos sobre la radio nuestra de cada día haberlos en abundancia, pero para que el curioso alumno encontrase comprensible respuesta a su interesante cuestión se me ocurrió remitirle a sus padres y abuelos, todos residentes en el ámbito rural, para que fueran ellos quienes, sin intención alguna, explicaran a su descendiente la función desempeñada por el medio público y la entrañable relación familiar que a buen seguro mantuvieron con RNE, con su excelente programación, y con su insustituible compañía. A la espera de su explicación en la próxima clase, tras la constatación directa, uno no puede evitar las remembranzas propias con el medio.
Este invento, acaso uno de los mejores dinamizadores sociales descubiertos por el hombre, aglutinaba en torno a la radio de cretona a vecinos y familiares, quienes cuando la televisión era una quimera sólo disipada por los urbanitas madrileños y, posteriormente, catalanes, se reunían en torno a los populares seriales o los solemnes “partes” para alejar los fantasmas de entonces o creer saber cuanto ocurría más allá de los inciertos horizontes de aldeas y pueblos. Era esa misma radio, me contaban mis padres, la que les acompañaba en casa del “Tío Cruje”, cuando junto a otros vecinos de “El Fontanal”, en la jienense localidad de Pozo Alcón, consumían eternas veladas de convivencia durante su estancia profesional en aquellas tierras.
El registro personal de mi memoria con la radio viaja a la década de los sesenta, cuando en una apacible tarde de junio las ondas del receptor, que ocupaba un lugar privilegiado en el comedor familiar sobre un mosaico multicolor de croché , contaban las exequias del Papa Roncalli. Esta remota imagen sonora anduvo, años después, hasta otro vivo recuerdo, el de un aparatoso receptor de grandes dimensiones, sin marca comercial, fabricado ex profeso por un pariente, que mi mejor profesor de francés, don Horacio García, custodiaba con esmero bajo un gran paño rojo que sólo retiraba para conectarse cada noche a la” Pirenaíca” y conocer algo cierto de aquella España gris y sombría de entonces. Años después aprendí que había otra radio.
En esta última semana, con motivo del aniversario de Radio Nacional de España, un quisquilloso estudiante de Comunicación, a la sazón oriundo de un municipio almeriense, indagaba en mi razonamiento durante una clase de Programación acerca del por qué de la relevancia del cumpleaños de la emisora nacional. Estudios, tratados y ensayos sobre la radio nuestra de cada día haberlos en abundancia, pero para que el curioso alumno encontrase comprensible respuesta a su interesante cuestión se me ocurrió remitirle a sus padres y abuelos, todos residentes en el ámbito rural, para que fueran ellos quienes, sin intención alguna, explicaran a su descendiente la función desempeñada por el medio público y la entrañable relación familiar que a buen seguro mantuvieron con RNE, con su excelente programación, y con su insustituible compañía. A la espera de su explicación en la próxima clase, tras la constatación directa, uno no puede evitar las remembranzas propias con el medio.
Este invento, acaso uno de los mejores dinamizadores sociales descubiertos por el hombre, aglutinaba en torno a la radio de cretona a vecinos y familiares, quienes cuando la televisión era una quimera sólo disipada por los urbanitas madrileños y, posteriormente, catalanes, se reunían en torno a los populares seriales o los solemnes “partes” para alejar los fantasmas de entonces o creer saber cuanto ocurría más allá de los inciertos horizontes de aldeas y pueblos. Era esa misma radio, me contaban mis padres, la que les acompañaba en casa del “Tío Cruje”, cuando junto a otros vecinos de “El Fontanal”, en la jienense localidad de Pozo Alcón, consumían eternas veladas de convivencia durante su estancia profesional en aquellas tierras.
El registro personal de mi memoria con la radio viaja a la década de los sesenta, cuando en una apacible tarde de junio las ondas del receptor, que ocupaba un lugar privilegiado en el comedor familiar sobre un mosaico multicolor de croché , contaban las exequias del Papa Roncalli. Esta remota imagen sonora anduvo, años después, hasta otro vivo recuerdo, el de un aparatoso receptor de grandes dimensiones, sin marca comercial, fabricado ex profeso por un pariente, que mi mejor profesor de francés, don Horacio García, custodiaba con esmero bajo un gran paño rojo que sólo retiraba para conectarse cada noche a la” Pirenaíca” y conocer algo cierto de aquella España gris y sombría de entonces. Años después aprendí que había otra radio.
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