Tras el horrible asesinato de Samuel Luiz queda la sensación de que en pocos días hemos pasado de disfrutar de un país acogedor para los ciudadanos LGTB a ser España un infierno de homofobia.
Miles de personas salieron a la calle a protestar movidas por la repulsa y el horror, por la indignación humana, expresando ideas y pensamientos sobre sus cabezas escritas en un trozo de cartón o tela.
“Franco no está muerto, está en el Congreso”, “Lo que te llaman mientras te matan importa” o “Me cuidan mis amigos, no la polícía” son algunas de esas frases exhibidas en diversas ciudades españolas.
“Cualquiera de nosotros puede ser Samuel” es un lema sensato que me implica pero me temo que ese ‘nosotros’ no se refiere a la humanidad entera sino ‘al colectivo’, el que toque en cada ocasión. Porque lamentablemente, desde hace pocos años, cuando hay una muerte injusta como la de Samuel esta es la primera pregunta que surge: “¿Es de los nuestros?”. Solo si eres de los nuestros nos podrás entender.
¿A quién se dirije el que escribe “Vuestro odio no nos callará” en otra pancarta?¿A alguien como usted que pertenece al 99,99 por ciento de las personas buenas y respetuosas con los demás? Sigo leyendo y me inquieta esa peligrosa voz impersonal de segunda persona del plural: “Dejad de matarnos”. Me hiere esa vaguedad, me ofende y atemoriza ese casillero vacío dispuesto a ser rellenado en un juicio sumarísimo.
No me doy por aludido pero me aluden y meten a la fuerza como han hecho con el padre de Samuel, un hombre bueno, un padre destrozado al que le arrancan el corazón al acusarlo de “ser cómplice” del asesinato de su hijo. Literalmente le dicen: “Un cómplice de la LGTB fobia silenciosa que nos quita la vida, empezando por la de su hijo”. Otro tuitero especulaba con igual crueldad: “...lo que tendría que aguantar el hijo en casa”. ¿Qué terrible delito homófobo hizo este hombre? Pedir que no se usara a su hijo en reivindicaciones políticas como las vistas.
Esas pancartas citadas y otras son como twitts o memes, expresan ‘pancarmientos’. Un formato estetizante que explosionó durante el 15-M y se ha consolidado recientemente a partir de los exitosos 8-M. Desde entonces las pancartas dominantes en las manifestaciones reflejan la irrupción del selfie y las redes sociales.
Es la intocable individualidad de cada pancarta la que otorga una falsa legitimidad a las frases que porta. Vayamos a cualquier instituto y veremos frases parecidas. Con ellas “acompañamos emocionalmente” al alumnado y no hay verdad ni falsedad que puedan cuestionar un lema ocurrente para ser colgado en el tablón del pasillo. Lo que parece es y si además nos identifica y une, mucho mejor. Esos falsos pensamientos se vuelven como los estandartes para identificar al enemigo entre el barro y humo de la batalla.
Sin embargo, no se puede pensar ni razonar con frases de pancartas. Estos ‘pancarmientos’ alejan de la realidad a quienes se entregan a ellos.
España fue en 2005 el tercer país de todo el mundo en tener una ley de matrimonio homosexual. Días antes del asesinato de Samuel se pusieron en marcha dos anteproyectos que ponen otra vez a nuestro país en la vanguardia mundial de los derechos sexuales y de género de los ciudadanos.
Da lo mismo que triunfen los Javis y que sean muchos y admirados los ministros, presentadores de televisión, empresarios, músicos y actrices que caen bajo el acrónimo LGTBI. Da igual, de repente, en un torbellino comunicacional de pancartas y titulares nos quieren hacer creer ahora que vivimos en Rusia o Irán, donde se persiguen a los homosexuales.
Sigo leyendo otras pancartas de las manifestaciones tras el crimen horrible de A Coruña: “Os estáis ganando un arcoiris en las costillas”, “No queremos más desfiles, queremos barricadas”.
Del victimismo, la polaridad y el frentismo pudiera brotar violencia. En otra pancarta de estos días se ve un dibujo de La Veneno esgrimiendo una hoz y el lema “Vayan pasando”. Otra pone nombre y cara a dos de esos candidatos al degüello: Ana Rosa Quintana y Pablo Motos. “Si tocas a uno nos tocas a todos”. Pensar con pancartas no es pensar y esto no me hace olvidar que con el periodismo empezó todo. “Que la realidad no te arruine un buen titular” parecía un buen pancarmiento.
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