José Luís Ábalos, ex ministro y número dos socialista esfumado, solía bromear así, en privado, sobre los partidos emergentes de la “nueva política”: “En España, partidos lo que se dice partidos hay solo dos, el Socialista y el Popular. Luego está lo de Rivera, que es más bien una sociedad unipersonal limitada; y lo de Iglesias, que viene a ser una sociedad de gananciales”.
Seis años después del surgimiento de Podemos y doce de Ciudadanos, ambas formaciones pugnan por un espacio sólido y estable en el electorado. Lo consiguieron en su esplendor, pero fueron a menos. La pasada semana Ciudadanos se reafirmó como “partido liberal” y anunció su resistencia a la OPA hostil permanente del PP por fagocitar sus restos. Albert Rivera lo creó y él mismo lo destruyó en un ataque de ambición descontrolado. Inés Arrimadas, Edmundo Bal y los que resisten bajo esas siglas merecen más suerte en las urnas de la que les hoy conceden las encuestas.
Está muy difícil, aunque todo puede pasar en dos años. Lo de Podemos, retirado Pablo Iglesias (que se dedicará a investigar a tiempo parcial sobre las redes sociales en la Universitat Oberta de Catalunya), es bien complejo. El poder lo comparten dos ministras amigas del alma, Irene Montero y Ione Belarra. La estructura societaria descrita por Ábalos, de algún modo, sigue en pie. Su objetivo es “desheredar” a Yolanda Díez del legado que le dejó Iglesias: la propuesta de cabeza de cartel en las próximas elecciones. Yolanda rumía un gran proyecto: unir a todas las fuerzas a la izquierda del PSOE. Tiene tres ventajas: la herencia de Iglesias, que todavía no aceptó, y los índices de popularidad, según el CIS: ahora mismo supera al propio Pedro Sánchez como política más valorada. Irene Montero y Pablo Iglesias estaban en la cola de esa lista. Yolanda suma otra ventaja: su innegable capacidad negociadora; Pero un inconveniente: las dos ministras de Podemos van a por ella. Hace un mes estuvo a punto de tirar la toalla. Pedro, Pablo y sus discípulos, salieron al rescate. Su eventual salida del Gobierno sería un duro golpe para Sánchez y para Unidas Podemos.
Eso, que es vital, se cuece en la trastienda política, mientras en la superficie de las noticias se lee lo de siempre, aunque con nuevas versiones: pugnan los nacionalistas catalanes por los avales para que el Tribunal de Cuentas no hipoteque el patrimonio personal de algunos dirigentes del “procés” por malversación; dirigentes del Partido Popular siguen muy alterados porque no aceptan que Sánchez pueda terminar la legislatura; Europa llama la atención a España por no renovar el Consejo del Poder Judicial y algunos tribunales; etc.
Entretanto, Sánchez se pasea por Estados Unidos ofreciendo confianza para atraer inversiones y confía en que el caudal de los Fondos Europeos relancen la economía. Si eso sale bien, la hipótesis de una reelección no resulta descabellada. Para lograr eso no puede permitir que Podemos se hunda porque entonces la suma de las derechas estaría a las puertas de la mayoría absoluta. La partida política es interesante y decisiva. La pena es que se libre con un nivel de crispación tan insoportable que la haga aborrecible. La ciudadanía sueña con vacaciones. También con que algunos políticos vuelvan más relajados en septiembre y se rompa el inadmisible bloqueo institucional. Demasiado calor en la calle, en el Parlamento y en los tribunales.
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