Juan Manuel Gil
21:06 • 24 ene. 2012
Lo ha metido en el trastero. Estaba hasta arriba de cachivaches y mierda, así que, para que tuviera cabida, ha tenido que sacar un par de bicicletas y una tabla acolchada de gimnasia. Lo ha dejado en el trastero porque la casa no es un buen lugar, no pillaba lejos y lo importante era ganar algo de tiempo. Tiempo para pensar. Haz ganar tiempo a la gente y no tardarás en ser multimillonario. Eso piensa él. Pero claro, no sabe cuál es la fórmula para conseguir ese tiempo. Y menos ahora. Así que tampoco puede aplicársela. Por lo pronto, lo ha escondido ahí y está pensando. Primero en cuál es el siguiente paso que tiene que dar. Luego en todo lo demás. Y ese todo lo demás se supone que tiene que concentrar cómo cojones acaba uno metido en una situación así. Porque era una mañana de sábado bastante buena. El café humeaba sobre la mesa y la mantequilla se untaba con mucha facilidad. Apenas era necesario pasar el cuchillo por el endeble pan de molde. Cuando él salió a la terraza y le preguntó al tipo del cortacésped si podía dejar eso para más tarde, nunca imaginó que un rato después estaría en la puerta del trastero, intentando ganar algo de tiempo. Incluso, de haberlo imaginado, le habría resultado incoherente. Hasta a mí, que soy una especie de narrador omnisciente, me habría parecido un episodio sin pies ni cabeza. Pero, a veces, las cosas no ocurren. Las cosas trituran. Así que el primer sorbo de café le resultó delicioso. Cuando ese trago abandonó la lengua y atravesó la garganta, fue capaz de saborear su color negrísimo. En el jardín, mientras tanto, el tipo del cortacésped continuaba gritándole. Lo llamaba hijo de puta y señoritingo de los cojones, pero el ruido del motor no dejaba que esas palabras llegaran muy lejos. Hacía una mañana de sábado tan buena, que volvió a hacerse una tostada y pensó en la única camisa blanca que tenía limpia y planchada. Fue al frigorífico y buscó la mermelada de pomelo. La olió detenidamente antes de empezar a untarla. Entonces, se agotó todo su tiempo. El pasado y el futuro. Ese tiempo que transcurrió en sonar el timbre, abrir la puerta, sentir un guantazo y hundir instintivamente el cuchillo de untar en el oído del tipo del cortacésped. Porque ese tiempo se hizo infinito hasta quedarse en nada.
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